Los estudios han demostrado que mientras los bebés están en nuestro vientre son afectados por las emociones que nosotras, las madres, tenemos. Por ejemplo, una amiga en Honduras me contaba como casi da a luz a su bebé de 6 meses de gestación al enterarse del secuestro de su esposo, porque sus emociones afectaron su embarazo. Pero esto es cierto también con las emociones menos «dramáticas». Los bebés sienten, dentro de la panza de la mamá, todo lo que ella está sintiendo. Aun luego del nacimiento, mientras estamos lactando, no solo lo que comemos es lo que transferimos a través de la leche a los bebés, sino también lo que sentimos. Ellos son los primeros que reciben de nosotras nuestras alegrías o tristezas, nuestra paz o nuestra amargura.
Y es que las mamás nutrimos, no solo el cuerpo de nuestros hijos, sino también sus almas. ¡Por eso tu salud emocional es vital para la salud emocional de tus pequeños! Todos tenemos una historia que nos forja. Aunque nacemos con las manos libres, sanos emocionalmente, y con una actitud de explorarlo todo y de probarlo todo, a medida que crecemos vamos cambiando… Adquirimos temores por experiencias desagradables. Adquirimos conceptos de nosotros mismos y de los demás que no necesariamente son verdaderos. E interpretamos de cierta manera las situaciones difíciles que enfrentamos porque quizás no se nos equipó con las habilidades emocionales básicas para hacerle frente a la vida.
Es triste oír a personas reconocer que lo que una vez prometieron no hacer cuando tuvieran hijos, ¡era exactamente lo que estaban haciendo ahora que los tenían! Rechazo, abandono, ira, impaciencia… ¿Por qué? Porque, sin darnos cuenta, permitimos que el pasado interfiera en nuestro presente.
Hacer familia no es nada fácil. La convivencia y la dinámica de la vida en pareja traen sus desafíos, que suman cargas extras. Y si a eso nos enfrentamos con nuestras propias maletas de celos, inseguridades, rencor, y agresividad, entonces aquello ya no será un hogar de paz, y tarde o temprano nuestra familia se convertirá en un campo de guerra en donde habrá otras víctimas además de papá y mamá.
Las cargas se convierten en armas, y entonces golpeamos porque nos han golpeado, herimos porque así nos defendemos, y buscamos satisfacción personal a toda costa, aunque con eso nos dañemos a nosotras mismas y, lo peor, a aquellos que más amamos. Sin quererlo, les «cobramos la factura» de cosas que ocurrieron hace muchos años a nuestros seres más cercanos.
Piénsalo bien. ¿Qué sucede cuando llevamos equipaje de más en nuestras vidas? Yo observo por lo menos tres consecuencias:
Alguien tiene que pagar por el exceso de equipaje. ¿Quién lo va a hacer? Generalmente los que están a nuestro lado, como en todos los viajes…
Provoca cansancio emocional. Las cargas terminan creando una neblina que empaña la realidad de las cosas. He escuchado a muchas mujeres que, a causa del cansancio físico y emocional, terminan cuestionándose si vale la pena todo el esfuerzo, si vale la pena el sacrificio, si vale la pena seguir intentándolo. El cansancio emocional es peligroso porque nos hace vulnerables a ser engañadas y a tomar malas decisiones. Nos quita el impulso de cuidar los detalles, de luchar cada día porque las cosas sean mejores. Nos cambia las palabras cariñosas y de afirmación que solo nosotras podemos darles a nuestros hijos y a nuestro esposo, por reclamos, quejas y ofensas.
Afecta nuestra salud. ¿Sabías que la mayor causa de muerte en las mujeres es por problemas del corazón? Un mal manejo del estrés, un constante enojo, o simplemente el descuidar tu salud personal por estar siempre atendiendo otras cosas, todos estos pueden ser detonantes de problemas cardíacos, estomacales, y muchos otros más.
Además, debemos recordar que no podemos darle a nadie lo que no tenemos. Así es que, mamás, es buen momento para soltar todo lo que hemos cargado por años y dejarnos llenar por aquello que queremos dar. ¿Cómo hacer esto? Es sencillo: entregándole el equipaje al que ya pagó por esas cargas. La única persona que te ha pedido llevar tus maletas es Jesucristo. Él mismo dijo: “Vengan a mí los que estén cansados y afligidos y yo los haré descansar. Lleven mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y de corazón humilde. Así hallarán descanso para el alma, porque mi yugo es fácil de llevar y mi carga es ligera.” (Mateo 11.28-30)
Por más buenas que sean las técnicas antiestrés u otros métodos que utilicemos para intentar aliviarnos, van a terminar siendo soluciones temporales porque no lidiamos verdaderamente con la raíz del problema en nuestro ser. En cambio, fíjate que el yugo que Jesucristo nos invita a llevar implica ciertas cosas:
El yugo te hace caminar con alguien. El yugo es lo que une a los animales de carga o arado, y lo que hace es mantenerlos juntos para duplicar la fuerza. Jesucristo nos confronta con nuestro estilo de vida y nos pide tomar una decisión: o seguimos solas lidiando con todo lo que tenemos, o hacemos una yunta con él.
¡Unidas a Jesús, nuestro trabajo se hace más liviano!
El yugo requiere ajustes. Cuando se quería entrenar a un buey joven para que aprendiera a arar, lo ataban a un buey ya entrenado en la tarea. Cuando el joven quería ir por su propio camino, no podía porque estaba atado a un buey experimentado que le indicaba por dónde ir. Jesucristo dijo: «Déjame enseñarte a como ser como yo: humilde y tierno de corazón». ¡Caminar unidas a Jesús nos capacita mejor para cualquier tarea que tengamos que realizar!
Recuerda que la humildad es la capacidad de entender que Él lo es todo en mí, y que yo me someto a su dirección. Es posible que Él te diga que sueltes ya ese resentimiento que te viene molestando desde hace años, que perdones, o incluso que vayas a hablar con humildad con ciertas personas de tu pasado, y cortes el yugo con ellos. Jesús te enseñará a amar a las personas aunque no se lo merezcan. No hay mayor libertad que esa. ¡En verdad ahora caminas con otro que te hace la vida más ligera!
Gloriana Montero