Mejor es el pobre que anda en su integridad
Que el de labios perversos y necio (Pr 19:1).
Si hay una palabra que se usa demasiado al momento de promover cualquier candidatura —ya sea para un trabajo, una promoción o un cargo político—, es la palabra «integridad». A los candidatos les encanta revestirse de «integridad» porque se trata de una característica en nuestro liderazgo tan urgente, pero que, tristemente, está casi extinguida en la sociedad contemporánea. Aunque se verbaliza demasiado y se levanta como una bandera, hemos sido testigos incontables veces de cómo ese discurso de supuesta integridad se disipa entre sus proclamadores como el rocío de la mañana.
La superficialidad de nuestra época, la necedad de creer que la verdad es un bien personal que no responde más que a los sentimientos individuales, el individualismo extremo y la trivialización y condenación de los valores judeocristianos ha erosionado el carácter personal. Este carácter se ha quedado sin ejercitar y desarrollar, sujeto a sus propios vaivenes y sus sentimientos. C. S. Lewis lo explicaba así:
En casi todos los periódicos que uno lee, siempre uno encuentra una frase que dice que nuestra civilización necesita más «impulso», dinamismo, autosacrificio o «creatividad». En una suerte de pésima simplicidad nosotros removemos el órgano pero reclamamos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor pero nos choca cuando encontramos traidores entre nosotros. Castramos y luego esperamos que el castrado dé fruto.
Hemos renunciado al desafío constante de salir de la necedad y, en primer lugar, formar nuestro propio carácter sabio; en segundo lugar, no huirle a nuestra responsabilidad para que las nuevas generaciones dejen de ser necias y se esfuercen en alcanzar con diligencia la sabiduría.
Ahora celebramos la necedad del que simplemente «es como es», exaltamos las fallas de carácter y las elevamos como «originalidad». Ahora todos quieren ser «diferentes y únicos», aunque eso signifique casi hacer el ridículo en frente de todo el mundo. Como decía G. K. Chesterton: «Un hombre está destinado a dudar acerca de sí mismo, pero nunca dudar acerca de la verdad: esto ha sido completamente invertido».
Una de las cosas que me llaman la atención del proverbio del encabezado es que habla de la integridad como algo adquirido, cuando dice: «su integridad». El maestro de sabiduría le da tal valor a la integridad propia, que llega a decir algo paradójico: basta que un pobre, es decir, alguien que carece de lo esencial en la vida, tenga como única propiedad su integridad, para que sea mucho mejor que un adulador y palabrero necio.
Es interesante que la palabra hebrea que se traduce como «integridad» en la NBLA, tiene diferentes traducciones que muestran las diferentes aristas de este término tan elusivo: honrado (NVB), honesto (NTV), intachable (NVI), conducta recta (BLP) y sencillez (RVA). Todos estos términos hablan de alguien que ha formado su carácter y, por lo tanto, está buscando cerrar las brechas contradictorias, lucha con sus debilidades y busca tener una vida coherente y sabia. Estos factores no se obtienen solo deseándolos o por arte de magia. Una vida íntegra se consigue en el fragor de la batalla permanente con uno mismo y contra su propia necedad.
Trabajar duro para adquirir tu propia integridad es una demanda crucial para ti en estos tiempos tan confusos. Ten en cuenta, nuevamente, que adquirir integridad no es gratis y no es una búsqueda para los veranos o los tiempos libres. No, la advertencia está dada: «Cesa, hijo mío, de escuchar la instrucción, y te desviarás de las palabras de sabiduría» (Pr 19:27). Si no persistes, te pierdes. Solo podrás mantener el curso derecho en medio de este mar tormentoso cuando tu búsqueda de sabiduría sea permanente y esforzada.
Es posible que sientas que las presiones enormes de la cultura, los amigos y tu propia necedad no te permiten tener las fuerzas para enfrentar ese huracán y menos lograr fortalecer la integridad en tu propia persona. Si fuera una tarea basada solo en tus fuerzas, pues ya puedes declararte derrotado. Sería mejor que tires la toalla antes de ser masacrado. Pero no estás solo en este propósito. Cuando fuiste a Cristo y Él te permitió verle como Salvador y Señor de tu vida, Él empezó una obra que prometió culminar en Sus fuerzas, no en las tuyas. Por lo tanto, ora con Pablo para que puedas ver con absoluta claridad que el Señor ya dispuso el rumbo, el carácter y la fortaleza en Cristo para tu vida:
Mi oración es que los ojos de su corazón les sean iluminados, para que sepan cuál es la esperanza de Su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de Su poder (Ef 1:18-19).
JOSÉ «PEPE» MENDOZA