El evangelio es paradójico, es decir lleno de aparentes contradicciones, pero que nos obligan a una reflexión profunda, a una tensión de verdades que podemos contemplar, pero que al explicarlas se nos escapan de las manos.
“Aprovechando la ocasión de estar rodeado de fariseos, Jesús les preguntó: – ¿Qué opinan ustedes del Mesías? ¿De quién es hijo? –De David —le respondieron. –Entonces, ¿por qué David, inspirado por el Espíritu Santo, lo llama “Señor”? Porque fue David quien afirmó: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que haya puesto a tus enemigos bajo tus pies’. ¿Creen ustedes que David habría llamado ‘Señor’ a su hijo?”. Mateo 22:41-45
Para ahondar en el misterio más importante del mundo, entendemos que lo mejor es hacer buenas preguntas. La identidad de Jesús, quién es Él de verdad, lo cambia todo. Y entonces descubrimos que sus respuestas despiertan más preguntas. Porque la Escritura hablaba de Él en términos paradójicos. El Mesías iba a ser hijo de David, pero a la vez su Señor. Jesús explicita esto, las dos cosas serán verdad, aunque parecen contradictorias.
Los fariseos, acostumbrados a querer encerrar a Dios en sus dogmas no podían convivir con la paradoja, con un misterio irresoluble. Para ellos, todo debía tener sentido aquí y ahora. Y si no, no era “verdad”. Pero la Biblia, el Evangelio, Jesús, está lleno de paradojas. Como el ser humano, como yo.
Jesús era el hijo de David, como humano, pero era su Señor, como hijo de Dios. No era una cosa o la otra. Sino una cosa y la otra. Aunque pareciera contradictorio. Una paradoja es un dicho o un hecho que parece contrario a la lógica, una aparente contradicción, pero que guarda verdades más profundas. Y Jesús y la Escritura son expertos en esto, algunos ejemplos: morir para vivir, los últimos serán los primeros, más vale dar que recibir, yo no he venido para ser servido sino para servir, el verbo (logos) se hizo carne. Jesús es el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, el Dios ¡crucificado!, el Mesías, que en un sentido, fracasa, el Rey servicial, el que vence perdiendo, fe u obras, gracia o ley, Dios es trino y Uno, quien le ha visto a Él (el Hijo), ha visto al Padre…
Y así. Las realidades más profundas son paradójicas. Y lo peor que puedes hacer con una paradoja es intentar resolverla. Cuando eso ocurre, se estropea, miente, está incompleta. Pero nuestro afán de respuestas, de explicarlo todo para que encaje perfectamente en nuestro sistema, de hacerlo todo “sistemático” ha distorsionado estas realidades. Es hora de que hagamos las paces con el misterio y aprendamos que el misterio no es aquello que no tiene explicación sino aquello que podremos investigar y disfrutar cada vez más profundamente, como el misterio de la Trinidad. ¡Disfrútalo! Es “Verdad”, no pretendas resolverlo, tiene sentido pero es inabarcable. Está ahí para que la podamos contemplar, adorar, no es un dilema para resolver. En un sentido, así es Jesús, mi Señor y mi Dios, el hijo de David. Él es Real. Por eso Cristo es la respuesta, Cristo es la pregunta, Cristo es la paradoja.
Cuando los discípulos vieron que caminaba sobre el agua, gritaron de terror creyendo que era un fantasma, pues estaban muy espantados por lo que veían. Pero él en seguida les dijo: ‘Cálmense, soy yo, no tengan miedo’”. Marcos 6:49-50
“¡Hola!”, sería la manera natural de saludar en nuestros tiempos, es una manera sencilla de comenzar una conversación. Pero en muchas ocasiones, cuando Dios, o un enviado de Dios, o Jesús aparece en escena, de alguna manera extraña su saludo es: “¡No tengas miedo!”. Lo desconocido causa temor. Nos queremos proteger de lo que no entendemos. De las dudas. Yo he tenido dudas…Perdón: yo tengo dudas. Tengo miedos, mis propios miedos. Cuando el misterio, la pregunta de Jesús me invade, o cuando mis fantasmas salen afuera. Quiero invitarte a hacer un ejercicio, como esos pastores que dicen: ¡Repite conmigo! Yo nunca lo he hecho. Hagámoslo aquí, para variar. ¡Repite conmigo!: “No lo sé”.
No saber da miedo. Es como un espacio de oscuridad, de tormenta. Yo he tenido miedos. Perdón, tengo miedos. Recuerdo mi primera crisis de fe, cuando me enfrenté por primera vez a la filosofía en primer año de bachillerato. Era un espacio incógnito para mí, y el mar de dudas comenzó a mover mi barco. Aparecían argumentos nuevos que jamás me había planteado y me di cuenta de que el barco sólido en el que estaba, navegaba en aguas turbulentas. ¿Existía Dios realmente? ¿Por qué Jesús era Dios? ¿Por qué necesitaba ser salvo? Si Dios existe, ¿por qué existía el sufrimiento? Y en aquel momento solo podía decir: “No lo sé”.
En ese momento es cuando pude ejercer la fe. “No lo sé”. Y aproveché ese desconocimiento para aprender, para enfrentar mis dudas. Para abrazarlas, para confiar en Jesús, en medio de mis tormentas. Y eso fue extremadamente pedagógico. Aprendí a resolver mis dudas, pero aprendí algo más importante: a confiaren Jesús, en medio de mis dudas. Es mucho más importante encontrar a Jesús en medio de mis dudas que encontrar las respuestas a mis dudas. Hoy tengo dudas, pero no les temo, mis miedos han desaparecido, no porque las dudas sean más suaves, o la tormenta no arrecie con fuerza, sino porque Jesús, vez tras vez, me ha demostrado que si Él está en mi barca, no hay duda que temer.
Los miedos pueden rodearnos, pero en medio de todos nuestros temores, Jesús sigue actuando, sigue despertando inquietud en nuestro corazón, hasta que confiemos en Él y nos cuestionemos todo lo que creíamos que sabíamos, a través de una experiencia con su Persona. Y aunque muchas veces solo acudamos a Él por interés, cuando nuestras seguridades se van a pique, aun así, Él responde desde su comprensión y misericordia. Los discípulos fueron a despertar a Jesús y lo llamaron a gritos:– ¡Maestro, Maestro, nos estamos hundiendo! Él se levantó y ordenó al viento y a las olas que se calmaran. La tormenta se detuvo y todo quedó tranquilo. Después les dijo a sus discípulos: – ¿Dónde está la fe de ustedes? Ellos, llenos de temor y asombro, se decían unos a otros: ‘¿Quién será este hombre que aun los vientos y el mar lo obedecen?’”. Lucas 8:24-25
Él es la pregunta, y todos estos envites que las dudas nos ofrecen son una ocasión de oro para conocer nuevos aspectos de Jesús. No solo sana a los enfermos, salva a la adúltera, y multiplica los panes, también le obedecen los vientos, y los mares. ¿Quién será? Sé quién es, pero aún no lo sé.
Alex Sampedro