PRISCILA LÓPEZ VILLEGAS
Los lectores cristianos tenemos el reto de evitar una lectura superficial de la Biblia que nos impida comprender el mensaje que Dios quiere entregarnos.
Cuando leemos la ley de Dios, ¿estamos comprendiendo adecuadamente lo leído en su contexto pleno? Necesitamos la lectura y enseñanza de los mandamientos otorgados por Dios a Su pueblo, muchos de los cuales quizá conozcamos de memoria, pero puede que no comprendamos y apliquemos de manera correcta porque ignoramos que ellos apuntan a algo más que una moralidad perfecta.
Si tú también reconoces que esta lucha es tuya y de cada creyente, te tengo buenas noticias. Por medio del libro Diez palabras que dan vida: El deleite y el cumplimiento de los mandamientos de Dios (B&H Español, 2021), Jen Wilkin invita a sus lectoras a ver la belleza, amar y encontrar ánimo en la ley de Dios a la luz de la obra de Cristo. Sin embargo, hacer esto en el contexto de la humanidad caída tiene sus retos, incluso entre creyentes:
Si los Diez mandamientos no se olvidan, a menudo se perciben de manera errónea. Tienen un problema de relaciones públicas. Muchos los consideran las declaraciones obsoletas de un Dios estruendoso y malhumorado a un pueblo desobediente, y nos cuesta identificarnos con alguno de los dos o que nos resulten agradables. Como nos cuesta encontrar belleza en las Diez palabras, nos resulta fácil olvidarlas (p. 12).
La autora presenta cada uno de los diez mandamientos como diez palabras de Dios con dedicación especial para cada creyente. Te comparto algunas lecciones que aprendí leyendo este nuevo recurso.
Fuimos diseñados para reflejar el carácter de Dios
Somos creados conforme a la semejanza de nuestro creador (Gn 1:27). Esta realidad podría llevar al ser humano a la egolatría o a la idolatría en nombre de Dios, dejando de lado al propio Creador. No obstante, Wilkin nos recuerda una verdad: «No tenemos que hacer imágenes de Dios porque nosotros mismos portamos Su imagen. Pero debido a nuestro pecado, lo hacemos de una manera disminuida» (p. 39).
Es por eso que el Señor establece dos palabras imperativas, pero instructivas, las cuales nos pueden llevar a darle gloria en nuestro carácter:
Lealtad absoluta: Resume el primer mandamiento (Ex 20:1-3).
Adoración intacta: Resume el segundo mandamiento (Ex 20:4-6).
Cuando pensamos en los primeros dos mandamientos, asociamos la idolatría a la creación visible, como cuando el pueblo de Israel creó y adoró a un becerro de oro mientras estaban al pie del monte Sinaí. Al analizar mejor ambos mandamientos (y cada uno de los que le siguen), vemos que estos señalan la importancia de la lealtad hacia Dios y que, al quebrantar Su ley en cualquiera de sus demandas, dejamos de lado nuestra prioridad y lealtad hacia Él.
Frente a esta realidad, los hijos de Dios somos llamados a reflejar Su carácter. Son estas diez palabras las que «nos muestran cómo vivir en la tierra como en el cielo, conformándonos a la imagen de Cristo como representantes de Yahvéh. Son herramientas de tallado» (p. 41). Nuestro testimonio de vida y verbal (el mensaje claro del evangelio) son claves para proclamar el mensaje de salvación a quienes nos rodean, para que otros adoren a Aquel que nos da vida.
Considerar los dos primeros mandamientos como esenciales en nuestra vida es clave para reflejar el carácter de Dios, ya que «toda transgresión de una de las Diez palabras [mandamientos] empieza transgrediendo la primera, la de no tener ningún dios además de Él» (p. 32). A partir de la caída de Adán y Eva, tenemos la capacidad de erigir dioses falsos que nos llevan a reflejar el carácter de Satanás y no el de nuestro Creador.
Necesitamos volver a Dios
Puede ser repetitivo para los creyentes, pero nunca está de más enfatizar y recordar a todo ser humano la importancia de conocer a nuestro Dios y Su carácter incomparable. Sobre esto habla el siguiente mandamiento: «No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano» (Ex 20:7). Este mandamiento se interpreta comúnmente solo como respeto único hacia Su Nombre, pero para comprenderlo debemos saber que su significado es más profundo que eso.
«Hacer un mal uso del nombre del Señor —tomar Su nombre en falso— es representar de forma inadecuada el carácter de Dios» (p. 45). En este sentido, cada vez que nos centramos solo en ver, analizar y aprender sobre «un solo lado» del carácter de Dios estamos tomando Su nombre en vano. Nos gusta afirmar que Él es un Dios de amor, pero ¿consideramos Su justicia? Enseñamos sobre Su misericordia, pero ¿hablamos sobre Su soberanía?
Debemos comprender la ley a partir de Cristo
La sociedad actual busca eliminar cualquier norma o ley divina. Pero los mandamientos por parte de Dios no fueron dados con intención de castigo, sino para que las sociedades puedan convivir (1 Jn 5:3; cp. Ro 3:20). Cada mandamiento nos lleva a practicar el respeto al prójimo, pero no para conveniencia propia, sino para el bien y la integridad de aquellos que también son hechos a semejanza de Dios.
El noveno mandamiento, «No darás falso testimonio contra tu prójimo» (Ex 20:16), nos lleva, por ejemplo, a animarnos unos a otros (1 Ts 5:11). Cada «no» en la ley de Dios quiere conducirnos hacia una actitud de misericordia, compasión y lealtad que refleje lo que hay en nuestros corazones por medio de la obra de Cristo, a quien apunta el Antiguo Testamento y de quien testifica el Nuevo Testamento como el postrer Adán.
En Diez palabras que dan vida, leemos que «las tablillas entregadas a Moisés hace mucho que se hicieron polvo, pero la belleza de sus mandamientos se mantiene viva de generación en generación en los corazones del pueblo de Dios» (p. 144). Esto es gracias a Cristo, quien es superior a Moisés y la ley. Es en Cristo que las diez palabras de la ley pueden darnos una vida llena de agradecimiento y que podemos disfrutar desde aquí en la tierra.
No trates de comprender la ley de Dios sin la obra amorosa de Cristo que la Biblia nos narra y que es conocida como la historia de la redención.
Priscila López Villegas