JOSÉ «PEPE» MENDOZA
En la boca del necio
hay una vara para su espalda,
Pero los labios de los sabios
los protegerán
(Pr 14:3)
La gente se jacta de decir «lo que le da la gana», como si eso fuera una virtud que debe ser alabada porque uno demuestra ser transparente y «sin filtro». Sin embargo, decir todo lo que me pasa por la mente no es sabio. Mucho menos sinónimo de honestidad. Por el contrario, dejar que la lengua hable sin control ni consideración es una necedad máxima condenada por toda la Biblia.
Las palabras que salen de tu boca están ligadas a la realidad de tu corazón. Uno puede esconder la necedad detrás de apariencias y hasta de silencios. Eso lo tiene bastante claro el maestro de sabiduría y por eso dice: «Aun el necio cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente» (Pr 17:28). Pero en la vida del necio esto es algo meramente teórico que realmente no sucede. Por el contrario, «El necio no se deleita en la prudencia, sino solo en revelar su corazón» (Pr 18:2).
Revelar por completo el corazón no es algo positivo porque el corazón humano, tal como lo decía Jeremías, es engañoso y sin remedio (Jr 17:9). De seguro hemos vivido esto en carne propia, o conocemos de alguien cercano o público que expuso su corazón sin frenos ni prudencia a través de un tuit que nunca debió enviar o a través de palabras que nunca debieron decirse en medio de una conversación. La necedad demostrada en una lengua despiadada y sin frenos es la demostración de una vida con las mismas características: «El sabio teme y se aparta del mal, pero el necio es arrogante y descuidado» (Pr 14:22).
Juntar la arrogancia (es decir, la altanería y la soberbia) con el descuido (es decir, la distracción de lo importante de la vida) es como juntar dos elementos explosivos que producen una detonación nuclear que destruye todo a su alrededor. Por eso el maestro de sabiduría advierte que «En la boca del necio hay una vara para su espalda» (Pr 14:3a). Conozco personas que no solo hacen daño a otros, sino que también se hacen muchísimo daño a sí mismas con sus palabras. Su supuesta «sinceridad» al expresarse no es más que la incapacidad absoluta para medir y controlar su corazón inmaduro y retorcido.
Es posible que hayamos condenado con justa razón al «bocón» que se «fue de boca» y causó múltiples heridas emocionales y espirituales con sus palabras a otras personas. Sin duda, las palabras son como «golpes de espada» que pueden producir daños profundos en el alma del que recibe esa andanada de palabras sin control ni freno (Pr 12:18). Sin embargo, las palabras sin control pronunciadas por un necio también pueden ser como un látigo para su propia espalda.
Un necio puede ser despedido por faltarle el respeto a sus autoridades, puede quedarse solo por proferir insultos despiadados contra su familia, puede perder el respeto de sus amigos porque no supo respetarlos con sus palabras. Las palabras siempre tienen un efecto bumerán: tarde o temprano se vuelven en contra nuestra.
Alejarnos de la necedad involucra también aprender a usar nuestras palabras para proteger a otros y para protegernos a nosotros mismos. Lo opuesto a la boca flageladora del necio son los labios protectores de los sabios (Pr 14:3). Podríamos excusarnos al decir que vivimos en un mundo repleto de palabras como espadas y que, por lo tanto, debemos defendernos de la misma manera para poder sobrevivir. Sin embargo, tenemos un ejemplo sublime en nuestro Salvador. No fueron despiadadas las palabras sabias de nuestro Señor Jesucristo, de quien el apóstol Pedro dice:
Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia (1 P 2:21-23).