JORDAN RAYNOR
[Redimiendo tu tiempo: 7 principios bíblicos para obrar con propósito, estar presentes y ser tremendamente productivos]. Como sugiere el título, este libro celebra el don divino de la disciplina, señalando, en gran medida, lo disciplinado que fue Jesús durante su paso por este mundo. Su ejemplo nos muestra que la disciplina es una virtud, y este es un tema que los escritores bíblicos mantienen a lo largo del Nuevo Testamento. Por ejemplo, escucha al apóstol Pablo:
¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado (1 Co 9:24-27).
Los seguidores de Cristo no corremos nuestra carrera «sin tener meta». Somos llamados a vivir con disciplina en todo, lo que Pablo también llama «dominio propio» en el fruto del Espíritu (Gal 5:22–23). La disciplina es un derivado de una vida llena del Espíritu y semejanza a Cristo.
Pero como con cualquier cosa buena, podemos fácilmente hacer de la disciplina algo definitivo y convertirla en un ídolo. La disciplina es un don, pero también puede ser una maldición. Ese es mi desafío y oro para que no sea el tuyo. Entonces, ¿cómo puedes saber cuándo has cruzado al lado oscuro de la disciplina y has convertido este buen don en un ídolo? Estas son dos señales.
1. No hay gracia para los demás
Como muestra Tim Keller en El Dios pródigo, muchos de nosotros somos como el hermano mayor en la parábola de Jesús sobre los hijos pródigos. A diferencia de los hermanos menores, quienes construyen su imagen propia a partir de la libertad y la rebeldía, «los hermanos mayores basan su propia imagen en ser trabajadores, íntegros, miembros de un club de élite o extremadamente inteligentes y astutos». Eso suena parecido a mí y probablemente a ti si te consideras una persona relativamente disciplinada. Pero aquí está el problema: ser el hermano mayor «lleva inevitablemente a sentirse superior a aquellos que no tienen las mismas cualidades».
Esa última frase me llegó hasta los tuétanos, porque en mis peores días, ese soy yo. Si alguien comparte que se está ahogando en correos electrónicos o que está luchando por estar en la Palabra de Dios todos los días, mi primera inclinación podría ser ayudar, pero también es probable que sienta una pizca de orgullo por ser más disciplinado. Si alguien llega tarde a una reunión o no cumple sus obligaciones en un proyecto, puedo enseguida estar furioso con ira farisaica.
¿Te sientes identificado? No creo que esté en una isla. Si esta es una parte de cómo se ve el lado oscuro de la disciplina para ti, permíteme recordarte que la causa primordial de nuestro fracaso en extender gracia a los menos disciplinados en nuestras vidas es olvidar el evangelio. No podemos olvidar que todo lo que tenemos, incluyendo nuestra capacidad de ser disciplinados al «redimir el tiempo» (Ef 5:16), se nos ha concedido por gracia. Santiago 1:17 dice que «Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre». Nuestra capacidad de ser disciplinados en redimir nuestro tiempo es un don de gracia, tal como lo es la salvación, «para que nadie se gloríe» (Ef 2:9).
No puedo atribuirme el mérito de mi productividad. A lo largo de los años, Dios ha traído gentilmente libros, mentores, programas y sistemas a mi vida para ayudarme a redimir el tiempo para Su gloria. No hice nada más que participar voluntariamente y ni siquiera a eso puedo atribuirle mérito, ya que Dios es quien me permite levantarme cada mañana para hacer este trabajo.
Por supuesto, ser duro con los demás no es la única forma de saber que hemos convertido la disciplina en un ídolo. Hay una segunda señal de que hemos cruzado al lado oscuro de la disciplina.
2. No hay gracia para ti mismo
Puedo ser duro conmigo mismo si no termino mi lista de tareas del día, o si solo duermo seis horas en lugar de mis codiciadas ocho. También en este caso, la solución es el evangelio. ¿Cómo? Porque, aunque el evangelio nos impulsa a querer ser productivos, al mismo tiempo nos libera de la necesidad de serlo, ya que nuestra condición como hijos de Dios está asegurada de forma irrevocable.
Cada noche, al acostar a mis tres hijas pequeñas, les pregunto: «¿Saben que las amo sin importar las cosas malas que hagan?». Ellas asienten con la cabeza. «¿Saben que las amo sin importar cuántas cosas buenas hagan?». Vuelven a asentir. Luego pregunto: «¿Quién más te ama así?», y siempre responden: «Jesús». Tú y yo necesitamos oír esas mismas palabras aplicadas a nuestros esfuerzos por redimir nuestro tiempo.
Lee una vez más: «Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible» (1 Co 9:25).
Nuestras coronas son imperecederas. Nuestra entrada en el reino de Dios, nuestra posición de príncipes y princesas, está asegurada para siempre. Que esa seguridad nos lleve a ser «autodisciplinados en todo» al redimir el tiempo. Que seamos personas que, como Jesús, tengan un propósito, estén presentes y sean tremendamente productivos para la gloria de Dios.