GERSON MOREY
Entonces el Señor me dijo: «Ve otra vez, ama a una mujer amada por otro y adúltera, así como el Señor ama a los israelitas a pesar de que ellos se vuelven a otros dioses y se deleitan con tortas de pasas» (Os 3:1).
El Señor le pide al profeta Oseas que se case con una mujer adúltera, no solo para ilustrar cómo Su pueblo le fue desleal, sino también para que su profeta sienta en carne propia la intensidad del amor de Dios y lo que Él siente por la falta de lealtad de los Suyos.
El amor entre un hombre y una mujer es uno de los sentimientos más profundos, poderosos y preciosos de la existencia humana. Es una experiencia que captura la mente y las emociones. Es una realidad intensa que influye en todo lo que somos y hacemos. Este sentimiento nos atrapa y se convierte en prioridad y motor de nuestras actividades, proyectos y la vida entera. El amor tiene un alto impacto en todo lo que hacemos.
Así es el amor de Dios por Su pueblo y eso es lo que Oseas nos quiere llevar a entender. Es más, el libro entero es la descripción y el drama del amor de un gran y buen amante por Su esposa inconstante e infiel. Ese amor es un amor intenso, profundo e inmenso.
Ese amor es el que Dios tiene por nosotros. Somos un pueblo de gente inconstante, infiel y desleal, pero somos amados. Escandalosamente amados y deseados por un Dios bueno, fiel y compasivo. Aquí tenemos una realidad trascendental: nuestra indiferencia y falta de lealtad contrastan con el Dios que se mostró fiel hasta la muerte en la cruz. Nuestro amor intermitente es la antítesis del amor divino. Oseas nos recuerda la gran lealtad que el Señor tiene por Su pueblo. Su amor fiel es lo más seguro que tenemos en esta vida y es nuestra única esperanza para el futuro.
El Dios de los cielos es un esposo y amante fiel de Su pueblo. ¡Nadie como Él!