Decir que Cristo es nuestro Señor también supone que es el Señor de nuestras emociones. Él nos dice cuándo y cómo gozarnos, y cuándo y cómo lamentarnos. Él también nos enseña cuales son los fundamentos de nuestros sentimientos.
En este pasaje, Jesús comparte con sus discípulos la razón más importante para estar gozosos. Es decir, les indica cómo y en qué circunstancias sus emociones deben ser expresadas.
Cuando los setenta obreros vuelven a Jesús y se gozan porque los demonios se sujetan a ellos, el Señor les dice que sería mejor gozarse de que sus nombres están escritos en los cielos. Es decir, si van a llenarse de gozo, que sea por las razones más trascendentales y que poseen valor eterno.
Esto sorprende porque los discípulos están felices de los frutos que vieron en su predicación. Ellos están contentos y tienen razones legítimas para estarlo. Se han gozado por algo justo. Pero Jesús los desafía a enfocarse en el gozo y la alegría que incluso supera las cosas buenas que hacemos en Dios.
Jesús enseña a sus discípulos a celebrar con mayor entusiasmo y alegría aquellas cosas que tienen un valor eterno. «Sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos», dice nuestro Señor. Es decir, celebren que son salvos, que han sido perdonados, que tienen vida eterna y un día estarán en los cielos.
Nuestras mayores expresiones de júbilo no deben surgir de motivos intrascendentes de nuestra existencia. Jesús quiere gobernar sobre nuestro corazón y, desea que nuestras emociones y sentimientos estén dominados por las verdades de nuestra redención, por la realidad de lo que somos y tenemos en Cristo. Lloremos y estemos tristes por los motivos que en verdad ameritan que lo estemos, y celebremos jubilosos aquellas razones que son dignas de hacerlo.
El Señor aquí nos recuerda: «Si soy tu Señor, también debo ser Señor de tu corazón, de tus gozos, de tus emociones y sentimientos».