JOSÉ «PEPE» MENDOZA
(Proverbios 9:7-10).
«El que instruye al insolente, atrae sobre sí deshonra,
Y el que reprende al impío recibe insultos.
No reprendas al insolente, para que no te aborrezca;
Reprende al sabio, y te amará.
Da instrucción al sabio, y será aún más sabio,
Enseña al justo, y aumentará su saber.
El principio de la sabiduría es el temor del Señor,
Y el conocimiento del Santo es inteligencia»
Obtener una «educación» no es algo optativo, sino imprescindible y necesario. Todo lo que recibimos durante los años escolares y universitarios nos capacitan no solo para trabajar en algo productivo y «ganarnos» la vida, sino también para movernos con libertad, seguridad y orden en la sociedad contemporánea.
Estar educado es tan «normal», que ya no somos muy conscientes del inmenso drama del analfabetismo y sus terribles consecuencias en la vida diaria. Algo tan común como saber leer, escribir y poder realizar operaciones matemáticas básicas no son habilidades con las que nacemos. En cambio, son aprendidas para nuestro beneficio desde la infancia y sobre ellas vamos acumulando los conocimientos y habilidades que, con los años, nos convertirán en personas sofisticadas y útiles para nuestra comunidad.
Así como se pasa de la ignorancia al conocimiento a través de la educación gradual, también podríamos pensar que lo mismo sucede con el paso de la necedad a la sabiduría. Podemos ilustrarlo como una línea recta en cuyos extremos está la necedad categórica y en el otro extremo la sabiduría absoluta. Así como una niña pequeña va aprendiendo las vocales, el alfabeto, las sílabas y las palabras, así un necio podría ir escalando la escala negativa y pasar de muy necio a menos necio, y de allí pasar a una escala positiva de poco sabio a cada vez más sabio. Suena bastante viable e interesante, ¿cierto? Lo siento, pero lamento informarte que así no funciona el paso de la necedad a la sabiduría.
Si lees con atención el texto del encabezado, podrás notar que el maestro de sabiduría dice que no hay remedio para el «insolente» ni para el «impío». Por el contrario, tratar de instruir a ese tipo de necios solo puede producir «deshonra», «insultos» y «aborrecimiento». Parece que la necedad no tuviera escapatoria y que la instrucción y la reprensión no pueden transformar un corazón necio. Entonces, ¿qué hacemos?
El maestro de sabiduría no nos deja con la desazón de saber que no hay esperanza para el necio. Por el contrario, sí se nos plantea un punto de partida preciso para la sabiduría, pero no empieza con instrucción, sino con devoción: «El principio de la sabiduría es el temor del Señor».
Mucho se ha discutido con respecto a la palabra «temor» y su significado particular en este caso. Algunos lo consideran como miedo, recelo o aprensión ante un Dios cuya trascendencia nos causa zozobra y resquemor. Sin embargo, el «temor del Señor» no tiene que ver con miedo o recelo ansioso, sino con un respeto inmenso ante el Dios Creador, Soberano sobre el universo y tres veces santo.
Todo esto nos puede parecer muy lejano porque, para poder empezar a ser sabio, para ubicarnos en el punto de partida y el principio de la sabiduría, es necesario que ese Dios todopoderoso y trascendente se manifieste en tu vida y se dé a conocer. Cuando eso suceda, Él hará que toda tu necedad sea expuesta ante la luz de su santidad y tu corazón sea llevado al arrepentimiento.
Solo podremos empezar el camino de la sabiduría cuando el Señor cambie nuestro corazón, cuando hayamos pasado de muerte a vida y seamos hechos nuevas criaturas al recibir el beneficio anunciado en el evangelio de la obra de Jesucristo a nuestro favor, el poder de su resurrección y la guía del Espíritu Santo.
Nadie podrá vivir una vida buena sin nacer de nuevo. Nadie podrá ser sabio sin antes haberse arrepentido de su necedad y tener un corazón regenerado y lleno de asombro y respeto por Dios su Salvador. El progreso de la necedad a la sabiduría no se trata, entonces, de una línea recta, sino de un quiebre, de un abandono del camino de la necedad que va a la muerte para darse vuelta y seguir otro camino muy distinto: el de la verdad y la vida que es nuestro Señor Jesucristo. Desde allí, como dice el maestro de sabiduría, la instrucción hará efecto porque nos hará más sabios y la enseñanza aumentará nuestro saber porque «el conocimiento del Santo es inteligencia».