Al estudiar acerca del significado de la honra, descubrí una definición que se ha convertido en mi favorita:
“Honrar es poner una corona de reconocimiento sobre la cabeza de alguien”.
Esta definición dibuja una imagen muy poderosa en mi mente. Honrar a mis padres no se trata solamente de obedecerlos, respetarlos o cuidar de ellos cuando lo necesiten, se trata de llegar a poner una corona de reconocimiento sobre sus cabezas que todos lo demás puedan ver.
Al pensar en esta preciosa definición, recordé el proverbio que expresa lo siguiente: “Los nietos son la corona del anciano” (Proverbios 17:6). Además del significado más obvio, este proverbio declara que el fruto que producimos como hijos, es una corona sobre la cabeza de nuestros padres. Es decir, la manera en la que vivamos nuestra vida, el producto de nuestro trabajo y testimonio, va a poner una corona sobre la cabeza de nuestros padres, que puede ser una corona de espinas o una corona de gloria. En otras palabras, para bien o para mal, el fruto de nuestra vida va a coronar a nuestros padres. Esa corona sobre sus cabezas los enaltecerá o los avergonzará delante de los demás.
Los hijos que viven su vida de forma irresponsable, que son conocidos por ser perezosos, pendencieros o problemáticos, no solo afectan a su propia reputación, sino que ponen una corona de espinas sobre sus padres, que les hace sufrir y los avergüenza frente a los demás.
Sin embargo, los hijos que viven su vida de forma responsable, que son conocidos por sus logros profesionales, sus matrimonios sólidos y su integridad moral, no solo afectan a su propia reputación, sino que ponen una corona de gloria sobre sus padres, que los hace felices y los enaltece frente a los demás.
En definitiva, la honra no es solo un asunto privado, es un asunto público. La manera en la que vivimos no está desconectada de nuestras familias, dice algo a los demás acerca de nuestros padres. Por esa razón, el mayor acto de honor que podemos brindarles a nuestros progenitores es vivir de tal manera que ellos puedan ser alabados por nuestra causa. Que sus oídos puedan escuchar de la boca de otros: “¡Qué bien educaste a tu hijo! Lo convertiste en una persona admirable”.
Dime, ¿qué puede enaltecer más a un padre o a una madre que ser alabado por tu causa?
Pero, ¿por qué es tan importante para Dios la honra a los padres? Supongo que hay varias respuestas posibles, pero creo que una de ellas es que Dios se identifica a sí mismo como padre. Sigmund Freud, el psicoanalista ateo, afirmó: “La actitud de una persona hacia su padre biológico determina la actitud de esa persona hacia su Dios”. Es decir, el hijo que no es capaz de honrar a una autoridad visible y cercana, difícilmente podrá honrar a una autoridad invisible y lejana. Lo que estoy intentando decir es que Dios sabe que, si comenzamos deshonrando a nuestros padres biológicos, tarde o temprano le deshonraremos a él.
La honra a los padres es una cuestión de confianza para Dios. Me atrevo a afirmar que Dios no confía en un hijo que ignora a sus padres y los desatiende. Un amor así no es confiable.
Antes de que sea tarde
Hay muchas formas diferentes con las cuales puedes coronar a tus padres. Sencillamente, se trata de traer el fruto de tu vida y ponerlo como una señal de honor sobre sus cabezas:
Puedes invitarlos a la fiesta de tu graduación y hacer una mención pública de todo lo que has aprendido de ellos.
Puedes guardar el sueldo de tu primer mes de trabajo en un sobre y entregárselo en señal de gratitud por todo lo invertido en tu educación.
Puedes organizar una escapada con ellos a algún lugar especial y hacer aquello que más les guste.
Puedes hacerles una reforma en la casa o comprarles muebles nuevos para mejorar su comodidad.
Puedes subir una foto con ellos en tus redes sociales y decirles que los quieres públicamente.
Estoy seguro de que a ti se te ocurrirán maneras creativas de enaltecerlos. Pero déjame advertirte: hazlo antes de que sea tarde.
Un amigo que había enterrado a su padre después de que el cáncer lo venciese, me dijo algo que creo que define muy bien la evolución de nuestra relación con nuestros padres: “A los cinco años pensaba que mi padre lo sabía todo, a los doce años pensaba que mi padre no sabía tanto, a los veinte años pensaba que mi padre no sabía nada y a los treinta descubrí que mi padre sabía más de lo que imaginaba. Ahora que mi padre ya no está conmigo, desearía preguntarle tantas cosas”.
Hace un tiempo, mi mamá me llamó por teléfono llorando. Mi padre había tenido un derrame cerebral y estaba en el hospital, con un diagnóstico clínico muy complicado. Cuando llegué a la habitación y vi a mi padre postrado en la cama, sin habilidad para moverse ni comunicarse, solo podía pensar en una cosa. Una única cosa. Quizá te parezca extraño, pero yo solo podía pensar: “¿Cuándo fue la última vez que le dije que lo amaba?”. Al verlo incapaz de entenderme, lo que me angustiaba era pensar que hacía demasiado tiempo que no le había mostrado mi afecto. Y quizá ya era demasiado tarde.
Gracias a la intervención de los médicos, mi papá logró reponerse y recuperó los sentidos. Pero, sin duda, yo aprendí una gran lección que ahora comparto contigo: “Honra a tu padre y a tu madre hoy, diles que los quieres y sé agradecido con ellos, porque quién sabe si mañana será demasiado tarde”.
Deseo que, en el funeral de tus padres, no tengas nada de lo que arrepentirte. Ningún “te quiero” no dicho, ningún abrazo no dado y ningún regalo no hecho. Las flores sirven de muy poco en el cementerio. Dalas ahora.