Fui diagnosticado COVID positivo el último día de julio de 2021. La variante Delta superó la doble dosis de la vacuna Moderna, haciéndome padecer síntomas leves (solo un resfriado con oleadas de fatiga) y una cuarentena de 10 días.
El quinto día, desaparecieron mis sentidos del gusto y el olfato. Todo estaba normal en el desayuno. Para la hora del almuerzo, no podía saborear nada. Durante varios días, viví con algunos bocadillos y un poco de pastel de carne sobrante, al que le agregué kétchup y mostaza (extrañamente) aunque solo fuera por la textura, no por el sabor.
Mi familia desarrolló la «prueba de los Skittles», en la que cerraba los ojos y ponían dos o tres Skittles del mismo sabor en mi mano y yo trataba de adivinar el color. No pasé la prueba. El que sabía a limón era lo mismo que el de uva. El de manzana verde sabía igual al de naranja. Sin distinción.
La pérdida del gusto fue la parte más extraña del COVID. Las comidas perdieron su alegría. Comía y me sentía sostenido, pero ya no disfrutaba de la buena comida. Todas las mañanas me preparaba una taza de té, pero solo por rutina, ya que el esfuerzo era tan agradable como beber agua caliente.
Gusto y conversión
«Prueben y vean que el Señor es bueno», nos manda el salmista (Sal 34:8). No podemos obedecer esta instrucción antes de que nuestros ojos sean abiertos a la belleza de Cristo. Se necesita una obra sobrenatural del Espíritu para ayudarnos a gustar la bondad del Señor.
No es suficiente recitar las verdades de la fe cristiana, marcar una lista de doctrinas o decir que creemos en Jesús. La conversión requiere encender nuestras papilas gustativas: una nueva percepción y sensación de la bondad de Dios. Una cosa es leer sobre el picante del habanero, otra cosa es experimentarlo. Una cosa es escribir sobre el helado «Cookie Two Step» de Blue Bell y otra es saborear esa deliciosa dulzura.
A lo largo de la historia de la iglesia, los pastores y teólogos han reafirmado la importancia de experimentar la verdad y la bondad de Dios, y no simplemente dilucidar la doctrina correcta. Basilio el Grande dice:
«Así como la naturaleza de la miel se puede describir a los inexpertos no tanto por el habla sino por la percepción de ella a través del gusto, así la bondad de la Palabra celestial no puede ser enseñada con claridad a través de doctrinas, a menos que, examinando a un mayor grado los dogmas de la verdad, seamos capaces de comprender por nuestra propia experiencia la bondad del Señor».
Desarrollando nuevos gustos
En la vida, desarrollamos el gusto por varios alimentos y bebidas. Muy pocos niños pequeños aman los vegetales verdes y de hojas. Es difícil encontrar a un niño de tercer grado que se apresure a ir por un café en la mañana.
Cuando era niño, no soportaba la ensalada (¡todas esas verduras, tomates y aceitunas!), pero recuerdo el momento en que de adolescente descubrí por sorpresa la explosiva combinación de varias verduras en mi ensalada (por supuesto, estaban empapadas de mostaza y miel). Asimismo, durante años me daba asco el aguacate (palta). Hoy, no hay nada que me guste más que las papitas y el guacamole.
A medida que los cristianos crecen, descubrimos nuevos gustos, incluyendo un hambre y sed por la Palabra de Dios. «¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras!, Sí, más que la miel a mi boca» canta el salmista (Sal 119:103).
Nunca superamos el anhelo de la leche espiritual pura (1 P 2:2-3), los elementos básicos del evangelio que nos nutren a diario. Pero a medida que nos desarrollamos, nuestro paladar cambia. Disfrutamos cada vez más de Dios a través de su Palabra.
La pérdida del gusto
Sin embargo, ya sea por el pecado o el sufrimiento, es posible perder el gusto que alguna vez tuviste por el Señor y su Palabra.
La vida cristiana que comenzó con asombro espiritual ante la gloria del evangelio, la bondad y belleza de la verdad cristiana —la sorpresa boquiabierta del infante traído a un nuevo mundo de gracia— puede descender a un malestar espiritual. Nuestros ojos se vuelven pesados y nuestras papilas gustativas se debilitan.
A través del dolor del sufrimiento o de las falsas promesas del pecado, podemos contraer un caso de COVID espiritual. Estamos fatigados y malhumorados y lo peor es que ya no podemos saborear nada. Comemos para sobrevivir, no porque la comida tenga sabor. Nos volvemos lentos en nuestro servicio, aburridos de la Biblia, menos comprometidos con la iglesia.
Aquellos cuyos medios de subsistencia son sostenidos por la iglesia o el ministerio cristiano pueden ser aún más susceptibles a esta enfermedad. El peligro de servir en una organización cristiana es que, con el tiempo, Jesús se convierte en un medio para lograr un fin en lugar del fin mismo. Al poco tiempo te das cuenta de algo: ya no estás en el ministerio porque eres un seguidor de Jesús. Eres un seguidor de Jesús porque no quieres perder tu ministerio.
El retorno del gusto
Afortunadamente, Dios es el gran Médico quien nos conduce a las refrescantes aguas de la renovación y el arrepentimiento. ¡Dios puede despertar esas papilas gustativas de nuevo!
Tres días después de que mi sentido del gusto y el olfato desaparecieran, calenté un plato de sobras de espagueti, preparándome para volver a sentarme para otra comida marcada por la insipidez. Pero cuando abrí ese microondas, percibí un olor a salsa de tomate. ¡Una sensación gloriosa! (¡La salsa Prego nunca olió tan bien!). Fue entonces cuando me dí cuenta de que estaban regresando. Mi sentido del gusto y el olfato estaban regresando.
A. W. Tozer escribió:
«La Biblia no es un fin en sí mismo, sino un medio para llevar a los hombres a un conocimiento íntimo y satisfactorio de Dios, para que puedan entrar en Él, para que puedan deleitarse en su presencia, puedan gustar y conocer la dulzura interior del mismo Dios en el núcleo y centro de sus corazones».
Si hoy te encuentras en un lugar donde te cuesta saborear y ver que el Señor es bueno, no dejes de comer. Sigue yendo a Dios y su Palabra. Come todos los días, sin importar cuán insípida sea la comida.
Ruega a Dios que despierte de nuevo esas papilas gustativas. Espera el día en que, inesperadamente, seas sacudido por el olor repentino de su gracia y el sabor de su dulzura regrese.
Trevin Wax