«Y digas: “¡Cómo he aborrecido
la instrucción,
Y mi corazón ha despreciado
la corrección!
No he escuchado la voz
de mis maestros,
Ni he inclinado mi oído a
mis instructores.
He estado a punto de
completa ruina
En medio de la asamblea
y la congregación”»
(Proverbios 5:12-14).
El maestro de sabiduría enfoca todo este capítulo para enseñar sobre el daño que un «extraño» puede causar en la vida de una persona. Nos referimos a alguien de quien se desconoce su origen, principios o intereses, pero que se entromete íntimamente en la vida prometiendo lo que luego no cumplirá, para que al final solo quede extravío, daño y dolor. La exhortación es a evitar a los extraños y sus cantos de sirenas que entumecen y tuercen tu voluntad y, por el contrario, luchar por mantenerte firme con la persona que se ha dado a conocer: la persona que tú puedes decir con sinceridad que conoces bien, con la que has establecido un compromiso prolongado de fidelidad y conocimiento mutuo.
Quisiera enfocar esta reflexión en las excusas que el maestro de sabiduría encuentra entre quienes sucumbieron a las voces atractivas de extraños y extrañas. Nada es más triste que encontrarte con un candidato a necio quien, al verse expuesto al error, es incapaz de reconocer con valentía y honradez sus propias faltas. En cambio, solo intenta articular frases justificatorias sin mucho sentido y con poca validez. Siempre me sorprende oírlos decir «sí, yo sé, pero…» —lo que para mí es como dispararse uno mismo en los pies—, afirmando que sabían lo que hacían y el daño que podían causar, pero igual tercamente lo hicieron. Ahora enfrentan consecuencias nefastas que no terminan de aceptar.
El párrafo del encabezado nos habla de un necio que reacciona ante la sabiduría y se da cuenta de varios aspectos que lo llevan a salir de su propia necedad. Apliquemos a nuestras propias vidas lo que él aprendió. En primer lugar, para salir de tu propia necedad y sus consecuencias, debes reconocer que «sabías» pero «aborreciste» la instrucción. Habías «despreciado» o «tenido en menos» la corrección. Tu lucha no es solo intelectual, también es anímica. Somos propensos al mal y nos atrae más de lo que quisiéramos reconocer. Admitir que nos cautiva la maldad y que no nos gusta ser corregidos es el primer paso para escapar de la necedad.
En segundo lugar, para salir de tu propia necedad, también es necesario dejar de sentirte como una víctima solitaria que padece porque aparentemente no hubo nadie que la guiara. El necio que despierta a la sabiduría reconoce que nunca estuvo solo, que en realidad hubo «maestros» e «instructores» a los que no quiso prestar atención mientras estuvo ensimismado en el mal tan atractivo y destructor. Aceptar que siempre hubo voces instructivas a tu alrededor, a las que debiste prestar atención en su debido momento, es otro paso para aceptar tu responsabilidad y pasar de la necedad a la sabiduría.
Finalmente, para librarnos del necio «Sí, yo sé, pero…» es importante saber que el Dios de misericordias y lleno de gracia es el Señor de nuevas oportunidades. El exnecio afirma: «He estado a punto de completa ruina», pero fue despertado por el Señor antes de que lo perdiera todo. Si en este momento no todo está perdido para ti, y estás abriendo los ojos a tu propia necedad y la posibilidad de enmendar el camino, es porque Jesucristo «ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19:10).
José «Pepe» Mendoza