«Seis cosas hay que el Señor odia,
Y siete son abominación para Él:
Ojos soberbios,
lengua mentirosa,
Manos que derraman
sangre inocente,
Un corazón que trama
planes perversos,
Pies que corren rápidamente
hacia el mal,
Un testigo falso que
dice mentiras,
Y el que siembra discordia
Entre hermanos»
(Proverbios 6:16-19)
Durante mi niñez participé por algún tiempo en los Boy Scouts. La verdad es que lo hice por curiosidad, pues otros amigos lo eran y me gustaba eso de usar el uniforme y tener algunas aventuras diferentes los fines de semana.
Mi tiempo con ellos fue breve pero intenso. Aprendí muchas cosas prácticas que me han servido hasta hoy y también podría decir que me inculcaron un compromiso firme por el servicio a los demás. La imagen medio caricaturesca de Russell, el niño scout que no se rendía en su deseo de servir al solitario anciano Carl Fredicksen en la película Up, es una demostración de ese espíritu inclinado con fuerza a hacer buenas obras en favor de los demás.
Los humanos no estamos marcados por ese ideal de servicio. La necedad natural está marcada por una carencia casi absoluta de ese espíritu desinteresado de servicio a los que nos rodean. Un necio vive para sí mismo y todo lo que haga será exclusivamente para su propio bienestar. Es incapaz de ver valor alguno en los demás y menos que sean dignos de cualquier tipo de esfuerzo mínimo por su parte.
Lo peor de todo es que esta indiferencia necia está engranada en lo más profundo de nuestros corazones humanos. Esto es así desde los días en que Adán y Eva despreciaron la bondad de Dios al entregarles todo un hermoso planeta a su disposición y quisieron aún más, ¡ser como Dios mismo! Por eso decimos que la necedad es también egoísmo altivo e indiferencia activa en contra de los demás.
Si sabemos que la indiferencia y el egoísmo en contra de los demás es nuestra marca de fábrica, entonces ser sabios es justamente buscar todo lo contrario. El maestro de sabiduría se encarga de mostrar con absoluta claridad lo que nuestro Dios aborrece para que nos esforcemos (sí, que nos esforcemos) en erradicar esas actitudes en nosotros para actuar cómo verdaderos sabios y vivir una vida buena. De seguro habrás notado que el proverbista establece partes del cuerpo humano para ilustrar las acciones odiadas por Dios. Por lo tanto, si quieres ser sabio, procura todo lo contrario a lo que nuestra necedad natural procura hacer con lo que Dios le ha regalado:
Ojos soberbios: No mires o consideres a los demás con desprecio o con un sentido de superioridad.
Lengua mentirosa: Las personas a tu alrededor deben escuchar de tus labios solo la verdad y no engaños esclavizantes.
Manos que derraman sangre inocente: Valora la vida humana y procura su bienestar.
Un corazón que trama planes perversos: Tus intenciones y los propósitos de tu corazón deben ser intencionalmente orientados hacia el bien de nuestro prójimo.
Pies que corren rápidamente hacia el mal: Apresúrate en hacer el bien y buscar la voluntad de Dios.
Un testigo falso que dice mentiras: Debes ser conocido por tu veracidad y fidelidad.
El que siembra discordia entre hermanos: Procura la paz y la unidad en tu comunidad.
Pedro nos demuestra que estas características opuestas a lo que Dios aborrece las vio con creces en nuestro Señor Jesucristo. Al igual que el maestro de sabiduría, el apóstol nos llama a evitar la necedad y procurar la sabiduría siguiendo ese ejemplo magnífico: «Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; y quien cuando lo ultrajaban no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia» (2:21-23).
Podemos terminar diciéndote simplemente: no seas así como eres, sé sabio como Jesucristo, quien murió para que vivas y cuyas heridas fueron sanidad para ti. Deja la necedad que el Señor aborrece, sigue el ejemplo de Jesucristo y procura ser sabio con todo tu ser y en todas las áreas de tu vida.