Cuando estábamos recién casados, a mi esposo y a mí nos encantaba tener la casa ordenada y limpia, ¡como de revista! Pero eso nos generaba un problema. Cuando alguien llegaba a visitarnos, honestamente, nos sentíamos un poco inquietos porque pensábamos que las personas nos «desordenaban» las cosas.
Recordar eso no nos hace sentirnos nada orgullosos de esa actitud. El Señor nos confrontó amorosamente para hacernos ver lo mal que estábamos. Así que nos arrepentimos y le pedimos que cambiara nuestro corazón para que estemos dispuestos a usar cada recurso que Él nos había dado para su gloria y para servir a otros.
Este cambio de actitud ha sido un proceso desafiante, pero es hermoso ver el obrar de Dios en nuestros corazones a lo largo de los años, lo cual nos lleva a conocerlo y atesorarlo más. Él nos ha mostrado en su Palabra cómo los creyentes abrían sus hogares para dar a conocer el mensaje del evangelio, produciendo en nosotros una confianza firme para batallar contra la incredulidad y el orgullo que no nos dejaba hacer lo mismo.
Hoy quiero compartirte tres lecciones que hemos aprendido y que nos han motivado para abrir las puertas de nuestro hogar para proclamar a Cristo.
1) Confía en el poder del evangelio
El apóstol Pablo nos enseña una verdad fundamental que está acompañada de una razón «porque» y un objetivo «para» en uno de los pasajes más conocidos de su carta a los Efesios (Ef 2:8-10). Primero, nos recuerda que fuimos salvados por gracia y esto no procede de nosotros. Tenemos salvación por la obra completa de Cristo a nuestro favor y no por las buenas obras que hagamos. Pero luego añade: «porque somos hechura suya… para buenas obras» (cursivas añadidas).
Los cristianos somos creados, salvados y llamados para andar en buenas obras, es decir, hacer buenas obras para la gloria de Dios y bendición de los que nos rodean. Una de las maneras en que el poder del evangelio se evidencia en nuestras vidas para hacer buenas obras, es cuando somos movidos a desear abrir nuestro hogar pagando el precio que sea necesario, con tal de proclamar estas buenas nuevas.
Recientemente leí a Rachel Jankovic explicar que la gratitud es esencial para la hospitalidad. Necesitamos cultivar corazones agradecidos para que el fruto de nuestra gratitud se manifieste en buenas obras de servicio a otros, con gozo y sin murmuración (1 P 4:9). Deseamos confiar en el poder del evangelio, abrazar esta buena noticia para que nuestras vidas transformadas por el poder de la resurrección de Cristo produzca en nosotros un deseo de abrir las puertas de nuestro hogar. Esto con el fin de servir a Dios a través de conversaciones y relaciones donde Cristo sea anunciado y conocido.
2) Confía en que Dios provee
Hay muchas excusas para no abrir las puertas de nuestra casa. Por ejemplo, escuchamos decir: «No tengo suficiente espacio para recibir un grupo de personas» o «No tenemos presupuesto para alimentar a los invitados». Si te detienes a considerar estas excusas a la luz del evangelio, descubrirás que en su raíz hay incredulidad y desconfianza en la provisión de Dios.
Recuerdo cuando unos amigos nos invitaron a su casa. Ellos querían compartir la Palabra de Dios con nosotros, pero en ese tiempo atravesaban una gran escasez económica. Nos recibieron con una taza de café y pan, pero más que eso, recuerdo lo impactante de sus sonrisas y sus corazones llenos de agradecimiento al Señor. Aunque no tenían mucho que ofrecer en términos materiales, sí nos compartieron sus corazones ardientes por Dios. Sin duda, el Señor los usó para bendecir nuestras vidas ese día.
Esa visita nos enseñó que, cuando ponemos nuestros ojos en Cristo, no importa cuánto tengamos en las manos –sea mucho o poco–, debemos confiar en que el Señor puede usarlo para impactar la vida de los demás si estamos dispuestos a usarlo para servir a otros y glorificar a nuestro Dios bueno.
No puedo dejar de recordar también al pastor Tom Steller y su esposa Julie, quienes abrían las puertas de su casa para recibir a los nuevos estudiantes del seminario cada año. Era una reunión sencilla, el espacio era pequeño, todos estábamos apretados y lo que había para compartir era un helado. Pero lo impactante no eran las cosas ni los espacios, sino el aroma de Cristo tan palpable en aquel hogar en donde encontramos un refugio y lugar de descanso para nuestros corazones en esos años tan ajetreados.
3) Confía en que Dios es quien produce fruto
A lo largo de las Escrituras leemos de aquellos siervos de Dios que abrieron sus casas para proclamar el evangelio. La hospitalidad de Cornelio hacia sus parientes y amigos íntimos para que escucharan el mensaje de Cristo a través de Pedro, es retadora (Hch 10:24-42). En esa ocasión, el evangelio fue predicado a los gentiles y más adelante leemos que «el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje» (v. 44). ¡Cuán alentador es ver la manera en que Dios usó la hospitalidad de Cornelio y el fiel testimonio de Pedro para llevar a los gentiles a la verdad!
Entonces, ¿has abierto las puertas de tu hogar para recibir a otros y proclamarles el evangelio? La razón por la que abrimos nuestras casas y preparamos reuniones no es lucir lo hermoso de la decoración. Tampoco es nuestro deseo de mostrar cuán ordenada está la casa o la clase de comida que podamos ofrecer a los invitados. Más bien, procura que tu corazón esté profundamente confiado y arraigado en el Señor. Prepárate para testificar de Cristo y del evangelio para traer aliento y esperanza a las almas sedientas.
Abre las puertas de tu corazón y de tu hogar para compartir el Tesoro Supremo que nuestras almas poseen: Cristo Jesús. Descansa en el Señor, sabiendo que Él es quien producirá el fruto en las vidas de aquellos a quienes Él lleve a nuestra casa (3 Jn 8).