(Salmo 2:12). En el mundo llamado «cristiano» existen continuos esfuerzos por descristianizar la celebración de la Navidad desde hace varias décadas.
No es que nunca hayan existido controversias, como las que tienen que ver con la fecha correcta del nacimiento de Jesús o la simbología que se utiliza en esta celebración, sino que la mayoría de estas discusiones sucedían dentro de los límites de una cosmovisión cristiana. Sin embargo, ahora también tenemos que el mundo busca arrancar a la Navidad de sus orígenes cristianos y darle a la fecha un supuesto sentido más multicultural, más neutral con respecto a las diversas religiones existentes, tanto por motivos comerciales como antirreligiosos.
De esa manera, la Navidad se asocia más a la unidad de valores universales y neutrales —como la familia, la bondad y la paz— como logros humanos. El verdadero motivo de la festividad, el Hijo de Dios, ha sido borrado de la celebración. Esto nos deja con una fiesta vacía de su verdadero significado. Ciertamente, en Navidad celebramos el amor, pero el amor de Dios. Él tomó forma de hombre y vino a nosotros. Por amor se encarnó y se hizo vulnerable y dependiente; se humilló voluntariamente para venir a salvar a su pueblo. Pero que la tierna imagen del niño en el pesebre no nos engañe: ese niño es Rey y Señor sobre todo, por quien y para quien todo fue creado (Col 1:16). Este salmo nos presenta al Hijo de Dios con una vara de hierro, reinando con justicia sobre las naciones. Su encarnación en un tierno bebé no disminuye su poderío ni la honra que merece. En este sentido, no debemos dejar que este mundo nos adormezca con su alegría barata.
La Navidad ciertamente es una época de alegría y festejo, pero también de solemnidad. El Hijo de Dios vino a este mundo y quienes lo menosprecien dándole la espalda deberán enfrentar su justicia e ira santa. Pero quienes lo reconozcan y honren como se merece, sus escogidos por gracia desde la eternidad y redimidos (Ef 1:4-7), serán bienaventurados bajo su gobierno de amor. No quitemos a Cristo del centro de la Navidad. Honremos al hijo de Dios, alegrémonos con temblor y busquemos dulce refugio en Él.