«Cuando veo Tus cielos, obra de Tus dedos, La luna y las estrellas que Tú has establecido, Digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, Y el hijo del hombre para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, Y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de Tus manos; Todo lo has puesto bajo sus pies» (Salmo 8:3-6).
Toda persona es asombrada de manera especial por ciertas cosas. Algunos se asombran, en primer lugar, por la última película de Marvel; otros se asombran por la situación económica difícil de sus países, o por el nuevo vehículo de una marca prestigiosa o lo majestuosa que puede resultar la vista de una montaña. Vale la pena preguntarnos: ¿Cuáles son las cosas que más nos asombran? ¿Qué es aquello que más nos impacta y cautiva nuestros pensamientos y hasta nuestra imaginación? Nuestra respuesta puede revelar qué es lo que más moldea a nuestro corazón y cuál es el estado de nuestra alma. A fin de cuentas, si no nos asombran primero las cosas que deben asombrarnos en primer lugar, eso indica que hay algo en nosotros que no está bien.
En este salmo, vemos a David estallar en asombro ante el hecho de que el hombre, siendo menor que los ángeles y una parte muy pequeña de la creación en comparación a los cielos, ha sido dotado de una dignidad única en la creación. Dios nos cuida y piensa en nosotros, siendo Él tan infinito y santo, siendo nosotros tan pequeños y pecadores.
Pero en este salmo hay más de lo que parece a primera vista. Siglos después de que se escribió, el autor de Hebreos cita este pasaje para hablarnos del descenso de Jesús para nuestra redención y su posterior ascenso a la gloria que siempre tuvo y tendrá (Heb 2:6-8). El Salmo 8 tiene en Jesús su verdadero y mayor cumplimiento. Él es «Aquel que fue hecho un poco inferior a los ángeles, es decir, a Jesús, coronado de gloria y honor a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios probara la muerte por todos» (v. 9). Aquel que sostiene todas las cosas con el poder de Su Palabra y es heredero de todo, se hizo más pequeño que las estrellas del cielo y los ángeles para sufrir por nosotros y redimirnos, para luego ser coronado de gloria y honor (Heb 1:2-4). ¿Cómo podemos cultivar nuestro asombro ante el Salvador que realizó tal hazaña para rescatarnos?