Gálatas 1:6-7
Hoy me gustaría que juntas podamos reflexionar un poco en las palabras de este apóstol, sembrador de iglesias, maestro de la Palabra que vivía para llevar a otros a Jesucristo. Alguien que declaraba sufrir dolores de parto hasta que Cristo fuera formado en los creyentes. Pablo, habiendo seguido la guía del Espíritu Santo, y no su propio deseo, fundó la iglesia en la región de Galacia. Los nutrió con amoroso cuidado, les dedicó parte de su tiempo. Pero ahora que esperaba recibir noticias de su crecimiento, esperando escuchar cuán productivos estaban siendo a consecuencia de la enseñanza recibida, viene a enterarse de que se han dejado engañar.
En lugar de crecer y fructificar en Dios, crecieron e hicieron decisiones incorrectas, escogiendo qué creer y qué voces oír. No sé a ustedes, pero a mí me recuerda otra escena similar en la Escritura, que se encuentra en Isaías 5:2 - "La había cercado, y despedregado, y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y también asentado un lagar en ella; y esperaba que diera uvas, y dio uvas silvestres" ¿Les suenan parecidas? La diferencia es que quien habla aquí no es un hombre, no es un siervo como nosotras, es el Señor de la tierra, el Dios Omnipotente, quien también se ha encontrado con un fruto que no debía recibir, que no merece ni mirar.
Él mismo expresa que esperaba recibir uvas dulces, que buscaba frutos agradables que le glorificasen, que hablaran del que las sembró y cuidó, pero en lugar de ello, vino a encontrarse con racimos de uvas agrias, uvas silvestres, frutos extraños. Creo que la lectura de hoy viene a darnos una gran oportunidad, la de meditar en nuestro propio andar. ¿Cómo estamos creciendo? ¿ Hacia dónde está dirigiéndose nuestra vista? ¿En quién está apoyándose nuestro corazón? ¿Qué agua está regando nuestras raíces? ¿Estamos dando al Padre fruto de labios que le adoren, que le bendigan?