Eclesiastés 10:12-13
¡Cuánto daría por decir únicamente palabras llenas de gracia! En el día a día, muchas veces, hablamos o decimos palabras que no reparamos al momento de expresarlas. En algunas ocasiones dañamos de manera irreversible a quienes las decimos; en otras, dejamos huellas agradables y hasta cambiamos circunstancias. Al meditar en nuestra lectura de hoy, el mencionar “las palabras de la boca del sabio” inmediatamente me recuerda la cita que dice “de la abundancia del corazón, habla la boca” (Lucas 6:45), y me reafirma que para poder mantener palabras llenas de gracia, inherentemente debo tener lleno mi corazón de todo lo bueno, lo agradable, lo verdadero, lo honesto, de la palabra del Señor.
Quiero ser una mujer edificadora y no causar mi propia ruina, ni mucho menos la de los que me rodean. Quiero transformar mi entorno, mi hogar, mi familia, mi lugar de trabajo, mi vecindario. ¿Cómo lograrlo? Llenándome de la palabra del Señor, atesorando en mi corazón sus enseñanzas, para que de la abundancia de lo bueno de mi corazón, salgan palabras llenas de gracia, de edificación y transformación. Sé que no es fácil, pero un día a la vez, una palabra llena de gracia, de la gracia del Señor, puede hacer la diferencia. Nuestro desafío es entonces, llenarnos cada día más del Espíritu Santo, que su gracia nos inunde el corazón y pedir la dirección al Señor cuando debamos callar y no ser como el necio, que cause su propia ruina.