Estudio Biblico
¿Alguna vez has tratado de resolver algo complicado? ¿Algo que te haya tomado tiempo resolver?
Muchas personas cuando escuchan la palabra problema se estresan y al estresarse se sienten imposibilitados para hacer algo; en cambio otros ven los problemas como una oportunidad para producir cambios, para identificar en que están fallando y tomar las medidas.
Hoy todo el mundo habla de sus problemas y lloran por sus problemas, se lamentan por los problemas en su casa, en su familia, en sus trabajos, por los problemas de la ciudad y ese espíritu que uno percibe en las personas lo contagia a uno y uno termina hablando igual o peor. Y este hombre Nehemías fue un hombre que vivió en un tiempo lleno de problemas en su nación.
Dentro de lo que leímos hoy Nehemías se entera de una situación que lo angustió profundamente: le pregunta a uno de sus hermanos Hanani ¿Cómo está Jerusalén? ¿Cómo está la ciudad de mis Padres? Eso es como tú preguntar: ¿Cómo están mis abuelos o mis hermanos? Uno espera que le digan que están muy bien. Pero miren la respuesta Vs 3: “Me dijeron: Las cosas no andan bien. Los que regresaron a la provincia de Judá tienen grandes dificultades y viven en desgracia. La muralla de Jerusalén fue derribada, y las puertas fueron consumidas por el fuego.”
Cuando Nehemías oyó esto se sentó a llorar. De hecho estuvo varios días de duelo, ayunó y oró a Dios. Vs 4. Nehemías no se quedó en el llanto. Porque hay gente que se queda lamentándose por sus problemas y ahí se quedan. Lamentándose no va a solucionar sus problemas. Nehemías dice que no solamente lloró e hizo duelo sino que también ayunó y oró. Te animo a que tengas la misma actitud de Nehemías que ante las dificultades no se rindió sino que se volvió al Señor en oración y ayuno. Decide hoy volver tú rostro en oración al Señor y te aseguro que Él te mostrará la luz en tú oscuridad.
Para reflexionar: ¿Qué haces tú cuando las cosas no andan como tú quisieras que andarán?, ¿Qué haces cuando las cosas no se te dan?
1:2 que vino Hanani, uno de mis hermanos, con algunos varones de Judá, y les pregunté por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la cautividad, y por Jerusalén.
1:3 Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego.
1:4 Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos.
1:5 Y dije: Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos;
1:6 esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado.
1:7 En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.
1:8 Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos;
1:9 pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.
1:10 Ellos, pues, son tus siervos y tu pueblo, los cuales redimiste con tu gran poder, y con tu mano poderosa.
1:11 Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón. Porque yo servía de copero al rey.