Este Domingo hablé sobre esta mujer.
Sobre su fe.
Aún sabiendo que de acuerdo a las normas levíticas, ella no podía andar por la vía pública.
Aún sabiendo que de acuerdo a la literalidad a la Ley ella debiera confinarse en su casa como una muerta en vida, ella decidió no resignarse a esa enfermedad que ya la tenía 12 años acorralada en un rincón de desesperación.
Si fuese soltera, su enfermedad le impedía casarse.
Si era casada, de seguro 12 años era mucho tiempo para que un esposo la esperara. De seguro la carta de divorcio de quién fue su marido estaba guardada en algún espacio de su casa.
La multitud rodeaba a Jesús de Nazaret y muchos fueron tocados por esta mujer sin siquiera darse cuenta que sólo el roce de su cuerpo los dejaba impuros.
Solo uno se dió cuenta de su presencia.
Solo uno pudo sentir la fe y al mismo tiempo el dolor de esta mujer desesperada.
¿Por qué la multitud que tocó no sintió nada y Jesús sí?
Porque la Ley te puede hacer experto en reconocer la impureza de los demás, pero solo la Gracia te hace sensible al dolor de los demás.
Y Jesús vivía en la Gracia.
Al ser sana, el rabino Galileo no la envía al sacerdote como lo hizo con el leproso.
Solo le dice "Hija, tu fe te ha salvado, vuelve en paz a tu casa".
¿Por qué no la envía con el experto en impuros y purificaciones?
¿Por qué le dice solamente vuelve a tu vida en paz?
Quizás, y solo quizás...
Jesús le estaba diciendo algo.
"Vuelve, pero no vuelvas con aquellos que les interesa más las impurezas que las personas".
Vuelve en paz.
Dedícate a vivir en el shalom de Dios.
Dedícate a retomar y disfrutar tu vida, que por tu fe la has recuperado.