Estudio Biblico
El que encubre sus pecados no prosperará, más el que los confiesa y los abandona hallará misericordia. (Proverbios 28:13)
La mayoría de los padres sabe cómo enseñarles a sus hijos a pedir disculpas como corresponde. A mirar a los ojos a su madre o hermanito, y decir: «Me equivoqué, perdóname». Y decirlo en serio. Pero también es importante que, como padres, pongamos en práctica este discurso cuando nosotros nos equivocamos. Una de las experiencias más poderosas que fortalece el vínculo de honor mutuo entre padres e hijos es cuando la mamá o el papá da un paso al frente y le dice a su hijo: «No, yo me equivoqué y tengo que pedirte perdón. ¿Me perdonarías, por favor?».
Puede parecer algo contraproducente para mantener el respeto de un hijo. Pero en realidad, es fundamental para conservarlo y desarrollarlo. A veces, por ejemplo, somos culpables de no planear con tiempo. Saturamos el día de cosas y dejamos afuera la única actividad con la que contaba nuestro hijo. A veces, no tenemos cuidado. Nos hablan con todo entusiasmo, pero los escuchamos a medias. Somos olvidadizos o perezosos. Egoístas o irritables. Desagradecidos. Pecaminosos. Y allí es donde el amor nos recuerda que no existen los padres perfectos. . . solo los orgullosos y con pretensiones de superioridad moral que viven en negación, y los humildes y sinceros que se hacen responsables de sus errores.
El amor siempre nos invita a mirar a los ojos a nuestros hijos y decirles la verdad sobre nosotros, a abrazar los beneficios del arrepentimiento, reconociendo lo que hicimos y ajustando nuestro proceder. ¿Por qué es importante? Porque el amor sana las heridas. No se esconde detrás de máscaras hipócritas. Está dispuesto a rendir cuentas. Se «alegra con la verdad» (1 Cor. 13:6), y la honestidad es su característica distintiva y preciada.
Todos los padres deben comprender que lo más probable es que, con el tiempo, esté compilándose una lista de sus transgresiones en el corazón de sus hijos. Las faltas que perciben de tu parte. Palabras hirientes. Promesas rotas. Arrebatos de furia. Momentos en los que no has puesto en práctica lo que predicas. Cuanto más crecen los hijos, más perjudicial puede volverse esta lista para tu manera de criar. El diablo la usará para susurrarles acusaciones contra ti. Cada elemento puede transformarse en una semilla que los ayude a plantar más enojo contra ti. A alejar su corazón de ti. A justificar una futura rebelión. Sin embargo, el amor no «lleva un registro de las ofensas recibidas» (1 Cor. 13:5, NTV), así que debes ayudarlos a tratar esta lista y eliminarla. Pero primero, debes descubrir qué hay en ella. Simplemente, pregúntales: «¿Estás enojado conmigo por alguna razón? ¿Te herí alguna vez y no te pedí perdón? ¿Alguna vez te hice una promesa que no cumplí? ¿Sientes que he hecho algo mal y nunca hablamos al respecto?».
Cuando abran el corazón contigo, algunas cosas pueden parecer intrascendentes o fáciles de explicar, pero tómalas en serio. En lugar de discutir por detalles, comienza agradeciéndoles su franqueza y pide perdón con sinceridad por lo que hayan mencionado y sepas que tal vez no hiciste lo correcto o no demostraste amor. Un padre sabio debe volver a alinear las expectativas con la realidad. Nunca está de más decir: «De veras quiero ser un buen padre, pero cometo muchos errores. Necesito el perdón de Dios días y también el tuyo. Si alguna vez sientes que te he lastimado de alguna manera, por favor, dímelo para que podamos hablarlo».
Al aprender a perdonarnos, nuestros hijos desarrollarán el hábito de la misericordia. De esta manera, los ayudamos a aprender de primera mano cómo sostener en sus manos vínculos importantes, aunque tensos, y aun así, mantenerlos a salvo. Eso es perdón: la edición de mejoras para el hogar.