Eclesiastés 1:1-2
El Libro de Eclesiastés es uno de los libros más inusuales, y quizás uno de los más difíciles de entender de la Biblia. Tiene el espíritu de desesperación sin esperanza; no tiene alabanza ni paz; parece el promover interrogantes sobre la conducta. Pero aun así, estas Palabras del Predicador nos muestran la futilidad y necedad de una vida vivida sin una perspectiva eterna.
La cuestión en Eclesiastés no es en cuanto a la existencia de Dios; el autor no es un ateo, y Dios siempre está allí. La cuestión es en cuanto a que si Dios es importante o no. Al buscar dicha respuesta, el Predicador buscó en las profundidades de la experiencia humana, incluyendo la desesperación. Él de todo en todo examinó el vacío y la inutilidad de la vida vivida sin la eternidad antes de llegar a la conclusión de la necesidad de la eternidad. "Nos enfrentamos a la espantosa inferencia de que nada tiene significado, nada tiene importancia bajo el sol. Es entonces que podemos oír, como las buenas noticias que lo son, que todo importa - ‘ya que Dios traerá toda obra a juicio, con toda cosa secreta, ya sea buena o mala.'" (Kidner)
Salomón escribe Eclesiastés en un esfuerzo por descubrir el significado de la vida. Durante sus años de vida, Salomón experimentó gran riqueza, poder, conocimiento y sabiduría; grandes logros, multitud de esposas y concubinas y placeres terrenales. Sin embargo, se enfrentó con tantas distracciones que estas, poco a poco, le fueron alejando de Dios. Día a día, momento a momento, experiencia tras experiencia, descubrió que no había nada en esta tierra que pudiera darle satisfacción.
Salomón descubrió que solamente Dios podía traer paz y satisfacción al vacío de su alma. Una vida sin Dios es fútil, es vacía. Una vida de Dios carece de sentido, de propósito y de dirección. Una vida sin Dios no es más que vanidad.