“El Amor perdona” Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones, también vuestro Padre celest - Mateo 6:14-0
Estudio Biblico
Demasiadas veces, nos concentramos en impartir justicia. Somos implacables o arrojamos a nuestro hijo en una prisión de nuestro propio enojo. Y aunque es nuestra tarea enseñarles que sus acciones tienen consecuencias, otro propósito igual de invalorable de la crianza es mostrarles que «el amor cubre multitud de pecados» (1 Ped. 4:8). Cuando disciplinamos a nuestros hijos, la estrategia final no es solo obligarlos a admitir su culpa, sino mirarlos a los ojos con ese amor que restaura y asegurarles que los perdonaremos por traicionar nuestra confianza o romper nuestras reglas. . . otra vez. Nos apena lo que han hecho, pero aun así, los amamos y decidimos liberarlos; no del castigo o la pérdida temporal de un privilegio, sino del enojo y la tensión persistentes entre nosotros.
Después de una ruptura dolorosa, tenemos que dar el primer paso para restaurar la relación. Así resiste el amor. Recuerda las palabras de Jesús: «Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia» (Mat. 5:7,9). El amor sabe que el día que dejemos de perdonar, envenenaremos nuestro propio corazón con amargura y arrojaremos la relación con nuestros hijos en un descenso vertiginoso hacia el enojo y la separación constantes. También sabe que el amor verdadero y la falta de perdón no pueden coexistir mucho tiempo en el mismo corazón o en el mismo hogar. Uno siempre obligará al otro a salir. El amor sabe cómo ponerse una armadura sólida que es difícil de traspasar con ofensas, y nos da la sabiduría para confrontar las transgresiones del otro con gracia. Cuando alguien se niega a perdonar, brota la amargura, se endurecen los corazones y los sentimientos afectuosos de ternura se desvanecen a un segundo plano. Así que, el amor nos recuerda que dejemos de lado el enojo, extendamos la mano y restauremos.
Tenemos que perdonar a nuestros hijos como fuimos perdonados (Ef. 4:32; Mat. 18:22). ¿Qué sucedería si tus hijos siempre te vieran abordar los accidentes relacionales con un amor implacable? ¿Y si te observaran ponerle fin a cada gélido punto muerto con tu cónyuge al pedir perdón o demostrar paciencia y compasión sinceras? Entonces, verían claramente el poder del amor en acción. Aprenderían uno de los mayores secretos para las amistades duraderas y los matrimonios exitosos. Sabrían que cuando los miras a los ojos y afirmas: «Te perdono», lo dices en serio. Y aunque el tema de su ofensa infantil volviera a surgir durante una conversación, lo haría a modo de instrucción, no como combustible para una pelea o un rebrote de enojo pasado.
Es cierto, el perdón es mejor si el otro se arrepiente (Luc. 17:3). Es saludable y bueno para todos; la maravillosa esperanza y la restauración completa. Pero sin importar lo que hagan los demás, Jesús dijo que nuestro perdón tiene que ser incondicional (Mar. 11:25- 26) y sin límite (Mat. 18:21-22), sabiendo que esto siempre impactará nuestra vida espiritual (Mat. 6:14-15). Igual podemos perdonar, sabiendo que Dios es el verdadero juez y vengador de todo (Rom. 12:19), y que cualquier raíz de amargura que permitamos que permanezca en nuestro corazón podrá infectarse, contaminar y envenenarnos (Heb. 12:15).
El perdón no siempre es dulce y suave. Puede ser sumamente difícil. Pero cuanto más se practica y se transforma en un reflejo, más fácil y más automático se hace. Cuando perdonas a tu hijo por sus errores (tanto los intrascendentes como los más importantes), le trasmites un ejemplo increíble que un día también aplicará a cientos de otras relaciones. Incluso estás contribuyendo a las vidas de tus futuros nietos, quienes probablemente crezcan sabiendo que siempre habrá un lugar para ellos dentro del corazón de sus padres y de su hogar, no importa qué suceda . . . tal como tu amor se lo demostró a tus hijos.
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