Porque con Dios no hay favoritismos. (Romanos 2:11,NVI)
El favoritismo casi siempre lleva a la envidia, el enojo y los celos. Y la última persona que se da cuenta de esto suele ser la que lo demuestra. Pero el niño a quien hacen sentir menos deseable, capaz o que su presencia no es tan grata puede percibirlo apenas sucede. Nuestra naturaleza humana egoísta es lo que hace que prefiramos al rico en lugar de al pobre, al hermoso antes que al mediocre y al fuerte en vez de al débil. Pero esta no es la naturaleza del amor.
Por eso, Dios se propuso comunicarnos que Él no tiene favoritos (Rom. 2:11) y que nosotros tampoco deberíamos hacer «nada con espíritu de parcialidad» (1 Tim. 5:21). Cuando Jacob fue engañado para que se casara con Lea en lugar de Raquel, su preferencia por esta última llevó a una rivalidad constante y a sentimientos heridos (Gén. 30:1-2). Más adelante, el favoritismo de Jacob por José, el primogénito de Raquel, hizo que sus otros hijos quisieran matar a su hermano menor (Gén. 37:18-20). La envidia fue lo que impulsó a un paranoico rey Saúl a la ira y los complots asesinos contra David, el joven favorito del pueblo y futuro sucesor del rey. Los celos hicieron que los discípulos de Jesús discutieran sobre quién sería el mayor. Y si algo resume el odio de los fariseos contra Jesús fue la envidia que tenían de su poder y autoridad, cuando las multitudes llegaban en masa para verlo enseñar y sanar (Mat. 27:18).
Y si queremos amar bien a nuestros hijos, tenemos que evitar que esta habilidad sutil y peligrosa se infiltre en nuestras familias, al menos, de dos maneras:
1. Celos entre hermanos. Nunca pondrías a un hijo en contra del otro en forma intencional, pero sus ojos juveniles captan todo lo que haces, incluso lo que haces sin querer. Pueden percibir la cantidad de tiempo que le dedicas a uno en lugar de al otro y cualquier inconsistencia en tu manera de administrar disciplina. Reconocen cuándo disfrutas más de uno que del otro. Quizás no lo expresen en voz alta, pero las marcas del desaliento y el aprecio que se desvanece podrían perdurar en sus ojos si no expresas amor en forma equilibrada. Este resentimiento oscuro podría transformarse en una rebelión abierta más adelante.
2. Celos entre los padres. La mamá y el papá poseen dones, personalidades y roles diferentes. Y Dios desea utilizar a cada uno de distintas maneras para satisfacer mejor las necesidades de sus hijos. Pero esta transacción por turnos no siempre es un intercambio parejo. A menudo, uno de los dos es el «padre divertido». Uno puede disciplinar con más dureza. El otro parece tener menos responsabilidades. Y esto puede llevar a que uno o ambos sientan celos o enojo hacia el otro.
Por último, el terreno más fértil donde los celos y el favoritismo pueden echar raíces es en las familias fusionadas y las situaciones de custodia compartida. Tal vez vivas en esta dinámica y entiendas que el problema de los celos no siempre tiene respuestas fáciles. Pero eso no significa que no se puedan evitar y minimizar estas situaciones. Hace falta paciencia en abundancia. Halagar a los que no están presentes, en lugar de criticarlos. Responder rápido y con amor abrumador a un hijo que se sienta amenazado. Intentar impedir que viejas heridas se filtren y afecten las preferencias actuales.
No le des a los celos ni un centímetro cuadrado para prosperar en tu hogar. A nuestros hijos siempre les costará recibir nuestro amor si perciben que es de segunda clase a comparación del que tenemos por los demás. No obstante, el amor genuino, expresado en forma regular y sin medida, puede ayudar a aplacar el fuego que la envidia quiere avivar. Dales a tus hijos el corazón gozoso que se encuentra en tu amor equilibrado.