El pueblo acudió a Moisés y clamó: “Hemos pecado al hablar contra el SEÑOR y contra ti. Pide al SEÑOR que quite las serpientes”. Así pues, Moisés oró por el pueblo.
NÚMEROS 21:7
Lidiar con las quejas y el descontento de la gente te puede agotar. Moisés y Aarón lidiaban constantemente con gente descontenta. El pueblo de Israel se volvió impaciente con sus líderes y con la dirección en que el Señor los estaba llevando. Acaban de obtener una gran victoria militar (Números 21:3), y se sentían muy seguros de sí mismos. Blasfemaron contra Dios, rechazaron a Moisés y se quejaron del maná, el pan del cielo. Dijeron: “¡Detestamos este horrible maná!” (Números 21:5). Al rechazar la comida, estaban rechazando la provisión de Dios por medio de su gracia (Juan 6:32-35, 48-51, 58).
La respuesta de Dios fue enviar serpientes venenosas entre el pueblo, y muchos murieron (Números 21:6). Dios juzgó su actitud quejumbrosa, pero también proveyó una ruta de escape. El remedio de Dios fue una serpiente de bronce atada a un poste. Todos los que eran mordidos y miraban a la serpiente vivían (Números 21:8-9). Es fácil quejarse, pero es malo hacerlo.
La Biblia dice que no debemos quejarnos. Pablo les advirtió a los corintios diciendo que nosotros “tampoco deberíamos poner a prueba a Cristo como hicieron algunos de ellos, y luego murieron mordidos por serpientes” (1 Corintios 10:9). En Filipenses se nos dice: “Hagan todo sin quejarse y sin discutir” (2:14). Cuando recibimos la vida eterna, no dejamos de quejarnos de la noche a la mañana; pero las quejas no tienen lugar en la vida de los creyentes. Se convierten en un hábito y pueden ser autodestructivas.
Debemos dejar de quejarnos sobre nuestro esposo, hijos, iglesia o amigos. La vida nos puede parecer como un desierto, donde nos sentimos cansadas, con mucho calor y ansiosas por un lugar nuevo donde vivir y trabajar, pero evitemos quejarnos de alguien o de alguna cosa; ¡es como la mordedura de una serpiente venenosa!