El SEÑOR te protegerá de todo mal; Él guardará tu alma. (Salmo 121:7)
Seamos sinceros: el mundo está cada vez peor. Ya casi no hay vecindarios donde los niños puedan deambular en forma segura. Cada vez más, se incrementan las amenazas a su seguridad física y las fuerzas en contra de sus convicciones en desarrollo. La televisión, los videojuegos e Internet exponen a los niños al mal más temprano y con mayor frecuencia. Y sin importar cuántas personas te califiquen de dominante por insistir en saber adónde y con quién están todos, tu tarea no es agradarlos a ellos. Tu responsabilidad es criar. Y esto supone proteger.
La Escritura muestra cómo la madre de Moisés protegió a su hijito de la peligrosa amenaza contra su vida y su seguridad (Ex. 2:2). Señala cómo el carpintero José trasladó dos veces a Jesús para proteger al pequeño Mesías del deseo asesino del rey (Mat. 2:13-14,22). También revela cómo Salomón le advirtió a su hijo sobre las amistades insensatas (Prov. 13:29), los malos negocios (Prov. 6:1-5) y las mujeres libertinas (Prov. 5:1- 14).
El amor siempre protege. Nos lleva a cuidar la mente, el cuerpo, el corazón y la pureza de nuestros hijos. En vez de dejarlos librados a su propia inmadurez y la persuasión de los pares, el amor los prepara para colocarse el cinturón de seguridad temprano y establecer vallas morales para manejar los giros inesperados de la vida. Además, mantiene esos límites en su lugar hasta que nuestros hijos estén preparados para manejar más libertades y responsabilidades.
El amor se mantiene alerta. Les cubre la espalda. Puede decir «¡no!», incluso frente a una crueldad. Y está dispuesto a ser el malo de la película para ser un buen padre. El mismo amor que no los deja abandonados para vagar por la ciudad un viernes por la noche, también los ayuda a mantener la computadora en una habitación central y ofrece una vida libre de distracciones interminables o adicciones desenfrenadas. La Biblia nos recuerda que Dios nos encargó salvaguardar el alma de nuestros hijos y que, un día, tendremos que rendirle cuentas sobre cómo manejamos esta responsabilidad (Heb. 13:17). Proteger no es simplemente restringir. No se trata de evitar lo negativo e impedir que algo llene ese vacío. Se trata de superar la marea del mal con una ola de bien (Rom. 12:21). Es rodearlos de buenos libros, música maravillosa y amigos. Es ayudarlos a aprender «a discernir entre lo sagrado y lo profano [. . . a] distinguir entre lo inmundo y lo limpio» (Ez. 44:23). Al ayudarlos a discernir y al fortalecer sus capacidades de resistencia, los equiparás con la protección portátil que necesitan cuando estén lejos de ti.
Si quieres equiparlos hoy para que ganen mañana, considera estos tres atributos clave que deberías desarrollar en tus hijos y por los cuales orar:
1. Un discernimiento moral del bien y el mal (Heb. 5:14)
2. Un apetito por el bien y un aborrecimiento del mal (Rom. 12:9)
3. Una disposición valiente a permanecer firme bajo presión (Dan. 1:8-16)
Usa estos atributos en forma estratégica y permítete ser protector. Tu amor no solo guardará a tus hijos del mal, sino que también creará en ellos la seguridad y la estructura espiritual para vivir con integridad y para guiar a otros.