Muchos suspiran, diciendo: ¡Hay de mí; nada puedo hacer! Y no lo dicen en sentido de excusa, sino lo sienten como carga pesada diariamente. Harían el bien si pudieran. Cada uno de estos podría decir francamente: «Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo» (Rom. 7:18).
Hemos visto que es Dios el que justifica, que justifica a los impíos y que los justifica mediante la fe en la preciosa sangre de Jesús. Ahora vamos a ver la condición en la cual se hallan estos impíos al empezar Jesús a salvarles, quieren hacer el bien, pero encuentran tropiezo para hacerlo.
Aquí vemos la incapacidad consciente socorrida: socorrida por la intervención del Señor Jesús. Nuestra nulidad es completa. La biblia no dice “cuando nos quedaba poca fuerza , Cristo murió por nosotros” sino la afirmación es absoluta, sin limitación, «Cuando aún éramos débiles.» Nos faltaba toda fuerza para ayudarnos en la obra de la salvación. Las palabras de nuestro Señor eran verdaderas, «Sin mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Podría ir más allá del texto y recordarte del gran amor con que el Señor nos amó, «aun estando nosotros muertos en pecados.» El hallarse muerto es aún peor que hallarse sin fuerzas.
Fijémonos en ciertas formas de esta falta de fuerza.
•Ahora, dirá alguien: «Me parece que no tengo fuerza para concentrar mis pensamientos en la maravillosa obra de la salvación y no me fluyen las palabras más solemnes para orar.” El gran hecho en que el pobre pecador sin fuerzas debe fijar su mente y retener firmemente como único fundamento de esperanza, es la afirmación Divina que «a su tiempo murió por los impíos.» Cree en esto y toda incapacidad desaparecerá. Fija tu mente en ello y permanece allí. No necesitas ser la persona mas ilustrada para creer en las palabras del Salvador, solo debes creer y permanecer.
Tal vez hayas oído estas palabras centenares de veces, pero sin haber comprendido nunca su significado. Son de sabor agradable ¿verdad? Jesús no murió por nuestra justicia sino por nuestros pecados. No vino al mundo por alguna buena razón que hubiera en nosotros, sino exclusivamente por las razones que hallaba en las profundidades de su amor divino. Personas que nunca brillaron en las ciencias, ni dieron prueba alguna de genialidad, han sido muy capaces de aceptar la doctrina de la cruz y han sido salvas por ella. ¿Por qué no tú?
•Oigo a otro lamentarse «Mi falta de fuerza consiste principalmente en no poderme arrepentir bastante.» ¡Singular idea que algunos tienen de lo que es el arrepentimiento! Muchos imaginan que se debe derramar tanta lágrima, exhalarse tanto suspiro, sufrir tanto desespero. ¿De dónde nos viene idea tan errónea? La incredulidad y la desesperación son pecados, y por tanto no veo como pueden constituir parte de un arrepentimiento que pide Dios. El arrepentirse significa cambiar de mente acerca del pecado, acerca de Cristo y acerca de todas las grandes cosas de Dios. En esto está incluido el dolor, pero el punto principal es volverse el corazón, del pecado a Cristo. Si existe en ti esta vuelta, posees la esencia del arrepentimiento, aun cuando el desespero y sobresalto no echan sombra alguna sobre tu mente.
•He oído a otro decir. «Me atormentan pensamientos terribles. Donde quiera que me vaya, me asaltan blasfemias” Jesús murió por los culpables «de toda clase de pecado y blasfemia;» y por lo mismo estoy seguro de que no rechazará a los que sin quererlo son acusados por los malos pensamientos. Arrójate confiado sobre él, pensamientos y todo, y verás como es poderoso para salvarte.
Ahora bien, declarando Dios mismo que en Cristo Jesús hay salvación, forzosamente debo creerlo en seguida, o tratarle de mentiroso. Por cierto que no dudarás respecto a lo que sea el recto proceder en este caso. El testimonio de Dios debe ser verdadero, y siendo así nos hallamos bajo la obligación de creer sin demora. Conténtate con una fe que abarca esta sola verdad «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.» El dio su vida por los hombres cuando aún no creían en él, ni eran capaces de creer en él. Murió por los hombres no como creyentes sino como pecadores. El vino para hacer a estos pecadores creyentes y santos; pero al morir por ellos les miraba como del todo sin fuerzas. Si te afirmas en la verdad de que Cristo murió por los impíos y lo crees, tú fe te salvará y podrás ir en paz. Si quieres confiar tu alma al Señor Jesús que murió por los impíos, eres salvo.
No es la gran fe que salva sino la verdadera fe; y la salvación no está en la fe, sino en el Cristo, en quien la fe confía.
•«¡Ay de mí!» dice otro. «Mi falta de fuerza consiste en que no puedo abandonar el pecado y se bien que no puedo ir al cielo cargado de pecado.» Me alegro de que sabes esto, porque es la pura verdad. Es preciso divorciarse del pecado para casarse con Cristo. Si contestas: «Si, la voluntad no me falta. Tengo el querer, más hacer lo que deseo, no lo alcanzo. El pecado me domina y no tengo fuerzas,» Ven, pues, si no tienes fuerzas, aún hay remedio en este texto. «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.» ¿Puedes creer esto todavía? Por mucho que otras cosas, al parecer, lo contradigan, ¿quieres creerlo? Dios lo ha dicho; es un hecho, y por tanto, acógete al mismo por amor de tu alma, porque allí está tu única esperanza
•Oigo a otro quejarse como sigue: «¡Ay, ay! Mi flaqueza consiste en no poder permanecer firme. El domingo oigo la palabra y me impresiona; pero durante la semana doy con un mal compañero y desaparecen mis buenas intenciones” . Muchas cosas haría para agradar a mis amigos, pero ir al infierno para darles gusto, eso si que no lo haría. Creé que el sufrió en tu lugar, ofreciendo por ti un sacrificio expiatorio, pleno, verdadero y satisfactorio. Si crees este hecho, tendrás forzosamente que sentir. No me puedo avergonzar del que murió por mí, La convicción plena de esta verdad, te infundirá valor irresistible. Afírmate en esta verdad, «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.»
¡Que el Espíritu Santo nos ayude a llegar a este punto por la fe en el Señor Jesús, y todo será para bien nuestro y para su gloria!