Al pensar en su situación económica, ¿siente confusión y agobio o siente paz? ¿Qué pensamientos vienen a su mente en relación a este tema?
¿Se preocupa de lo que no tiene, de lo que desearía obtener, en cómo aumentar sus ingresos, o en lo que podría hacer si tuviera más dinero? Es normal que pensemos en cada una de esas cosas; pero también existe un aspecto espiritual que debemos considerar al reflexionar nuestra situación económica. ¿Qué nos dice Dios al respecto y qué es lo que desea que entreguemos?
Cuando se trata de la administración de nuestro dinero, es importante entender que debemos seguir los principios de Dios y no los consejos ni los razonamientos humanos. Tenemos que conocer lo que el Señor piensa, lo que ha dicho y las promesas que ha dado en relación a las decisiones relacionadas con el dinero. De esa manera sabremos qué esperar si somos obedientes a sus principios.
Proverbios 3.5-10 nos ofrece una enseñanza divina, la cual puede ser aplicada a la administración del dinero y a otros aspectos de la vida. Nos dice que debemos confiar en Dios y no en nuestro propio conocimiento. Eso significa que debemos honrarlo con nuestras riquezas, al darle las primicias de lo que recibimos. Si seguimos este consejo, el Señor promete suplir para nuestras necesidades.
Enseñanzas básicas de las Sagradas Escrituras
• Dios es dueño de todo. “Porque mío es el mundo y su plenitud” (Sal 50.12). Para muchos, esta es una verdad difícil de aceptar, pues desde su perspectiva humana, se han esforzado para recibir lo que hoy tienen. Sin embargo, no somos dueños de lo que poseemos, sino solo los administradores y mayordomos de aquello que el Señor nos ha confiado. Él es la fuente y el dador del dinero y de las posesiones.
Para ilustrar lo que sucede cuando olvidamos esta verdad, Cristo compartió la parábola del hombre rico, cuyas tierras eran tan productivas, que tuvo que construir grandes graneros para almacenar sus cosechas (Lc 12.16-21). Se engañó a sí mismo al pensar: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (v. 19). A lo que Dios le respondió: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (v. 20). Luego, Cristo concluye esta parábola al decir: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (v. 21).
Todos estamos a un paso de perder nuestras posesiones materiales, pues podemos morir en cualquier momento. Después de morir tendremos que comparecer ante el Señor para que evalúe nuestra vida. Es ahora que debemos ser sabios y vivir de acuerdo a las instrucciones de Dios.
• Dios desea que demos. En Malaquías 3.8-12 nos muestra lo que el Señor piensa acerca del diezmo. Declara que aquellos que se niegan a dar sus diezmos y ofrendas le han robado. Luego les dice: “‘Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto’, dice Jehová de los ejércitos, ‘si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde’” (v. 10). Aunque esas palabras fueron dirigidas a la nación de Israel, las mismas razones por las que debemos ser generosos se aplican a nosotros.
Para proveer para la obra del Señor.
Para proveer para las necesidades de otros.
Para probar que Dios es Fiel.
• Dios desea que demos con alegría. “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Co 9.7). Nuestra actitud es muy importante para el Señor. Desea que demos de manera voluntaria, con alegría y gratitud.
• Dios advierte sobre la desobediencia al dar. Como nos ha ordenado dar una porción de lo que nos ha confiado, recibiremos consecuencias si optamos por desobedecerlo. En Hageo 1.6 el Señor reprende a su pueblo por su desobediencia, al decirles: “Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto”.
Dar a Dios no es solo una muestra de agradecimiento y generosidad, sino también un acto de obediencia. Es Él quien nos ha provisto todo; pero si le desobedecemos, no sentiremos una genuina satisfacción en lo que logremos alcanzar.
La voluntad de Dios es que le demos nuestras ofrendas
Su motivación es amor. Dios nos ama y desea que comprendamos que es Él quien permite que prosperemos económicamente. “Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos” (1 Cr 29.12).
Su promesa. “Y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto” (Pr 3.10). El Señor bendice a aquellos que confían en que Él les dará lo que considera que es mejor para ellos.
Su protección. “Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril” (Mal 3.11). Si seguimos las instrucciones de Dios para administrar nuestros recursos, no sentiremos temor, pues nos guiará para tomar sabias decisiones en cuanto al dinero de acuerdo a su voluntad para nuestra vida.
Su generosidad. “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lc 6.38). El Señor siempre nos da más de lo que merecemos o esperamos recibir.
Su suficiencia. “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Co 9.8).
Nuestra disposición para seguir los principios bíblicos de la administración del dinero demuestra cuánto confiamos en lo que Dios dice en su Palabra. Si estamos convencidos de que hará lo que ha prometido, seremos generosos y no tendremos duda de que si le entregamos una porción de lo mucho que nos ha proporcionado, será fiel para suplir lo que necesitamos.