El camino es resbaloso, y nuestros pies son débiles, pero el Señor guarda nuestros pies. Si nos entregáramos por medio de la fe obediente para ser sus santos, Él mismo será nuestro guarda. No solamente encargará a Sus ángeles que nos guarden, sino que Él mismo preservará nuestras actividades.
Él impedirá que nuestros pies resbalen, para que no manchemos nuestros vestidos, no lesionemos nuestras almas, y no provoquemos que el enemigo blasfeme.
Él impedirá que nuestros pies se descarríen, para que no nos adentremos en caminos de error, o en senderos de insensatez, o en vías de costumbres mundanas.
Él impedirá que nuestros pies se hinchen por cansancio, o se llaguen por lo escarpado y largo del camino.
Él impedirá que nuestros pies resulten heridos: nuestros zapatos serán de hierro y de bronce, de tal forma que aunque pisemos sobre el filo de la espada, o sobre serpientes mortíferas, no sangraremos ni podremos resultar envenenados.
Él arrebatará nuestros pies de la red. No quedaremos atrapados en el engaño de enemigos maliciosos y astutos.
Con una promesa como esta, corramos sin cansancio, y caminemos sin temor. El que guarda nuestros pies lo hará eficazmente.