Pocas cosas en la vida se logran por accidente, por eso es importante que nos fijemos metas específicas. No obstante, en nuestra planificación, siempre debemos buscar la guía del Señor y no solo apuntar a nuestras aspiraciones terrenales.
Siempre que se nos venga a la cabeza una nueva meta, debemos considerar si está en conformidad con la voluntad de Dios. Algunos temas pueden estar claros en la Biblia, pero muchos no lo están, por lo que también debemos examinar nuestros motivos. ¿Buscamos agradar a Dios o agradarnos a nosotros mismos? ¿Buscamos dinero, poder o fama sin considerar sus peligros (1 Ti 6.9, 10)? ¿Influye el deseo de santificarnos y de glorificar a Dios?
Asimismo, debemos mantener nuestras metas sin excesivo rigor en caso de que Dios, en su providencia, las cambie. Como cristianos, somos siervos de Cristo y debemos rendirnos de inmediato a Él. Entonces, si nuestros planes se ven alterados, debemos confiar en la bondad, omnisciencia y sabiduría del Señor, porque solo Él conoce el mejor camino para nosotros.
Recuerde que el Señor está mucho más interesado en su crecimiento espiritual que en su éxito temporal. Si sus metas son de Dios, en realidad, contribuirán al avance de su madurez como cristiano. Así que, evalúelas con sinceridad, con disposición a renunciar a ellas de ser necesario.