El salmista no apuntaba a nada alto ni grande, sino a estar contento en toda condición que Dios dispusiera. Los santos humildes no pueden pensar bien de ellos mismos, como los demás piensan de sí. El amor de Dios que reina en el corazón someterá al amor propio. Donde hay un corazón orgulloso corrientemente hay una mirada de soberbia. El conocimiento de Dios y de nuestro deber es para nosotros conocimiento suficientemente elevado.
Sabiduría nuestra es no meternos en lo que no nos corresponde. —Él estaba muy reconciliado con toda condición en que el Señor lo pusiera. Había sido humilde como niñito en edad del destete, y tan lejos como éste de poner su mira en las cosas elevadas; tan enteramente a disposición de Dios como el niño está a disposición de la madre o niñera. Debemos llegar a ser como niños, Mateo xviii, 3. Nuestros corazones desean las cosas del mundo, claman por ellas y les tienen afecto pero, por la gracia de Dios, el alma santificada, es destetada de esas cosas. El niño se enoja y teme mientras está en el destete, pero en uno o dos días no se interesa más por la leche, y puede tolerar el alimento más sólido. Así, el alma convertida se acalla sometida a perder lo que amaba, y se desengaña de lo que esperaba, y está tranquila pase lo que pase.
Cuando nuestra condición no concuerda con nuestro propósito, debemos revisar nuestra condición; entonces, estaremos tranquilos con nosotros mismos y con todo lo que nos rodee; entonces, nuestras almas son como niño destetado. De este modo, el salmista recomienda a todo el Israel de Dios, por experiencia propia, que confíen en Dios. Bueno es tener esperanza y esperar calladamente la salvación del Señor en cada prueba