Vv. 7—15. Purifícame con hisopo, con la sangre de Cristo aplicada a mi alma mediante una fe viva, como el agua de la purificación se rociaba con un manojo de hisopo. La sangre de Cristo es llamada la sangre rociada, Hebreos xii, 24. Si esta sangre de Cristo, que limpia de todo pecado, nos limpia de nuestro pecado, entonces estaremos verdaderamente limpios, Hebreos x, 2. Él no pide ser consolado hasta no ser limpiado primeramente; si el pecado, la raíz amarga de la tristeza, es quitado, puede orar con fe: Permíteme tener una paz bien fundamentada, creada por ti, para que se regocijen y se consuelen los huesos quebrantados por la convicción de pecado.
Esconde tu rostro de mis pecados; borra de tu libro todas mis iniquidades; bórralas como la nube se borra y la disipan los rayos del sol. —El creyente desea su renovación para santidad tanto como el gozo de su salvación. David ve, ahora más que nunca, qué corazón inmundo tiene, y lo lamenta con pesar; pero entiende que no está en su poder enmendarlo y, por tanto, le ruega Dios la creación de un corazón limpio en él. Cuando el pecador siente que este cambio es necesario, y lee la promesa de Dios en ese sentido, empieza a pedirlo. Sabía que había entristecido al Espíritu Santo con su pecado y lo había provocado a alejarse. Esto es lo que él teme más que nada. —Pide que le sean restauradas las consolaciones divinas.
Cuando nos damos motivo para dudar de nuestro interés en la salvación, ¿cómo podemos esperar el gozo de ella? Esto lo había debilitado; él ora: Estoy pronto a caer ya sea en pecado o en la desesperación, por tanto, sosténme con tu Espíritu. Tu Espíritu es un Espíritu libre, en sí mismo un Agente libre que obra con libertad. Y mientras más contentos estemos en nuestro deber, más constantes seremos en eso. ¿Qué es esto sino la libertad con que Cristo hace libre a su pueblo, en contraste con el yugo de la esclavitud? Gálatas v, 1. Es el Espíritu de adopción que habla al corazón. —A quienes tienen a Dios como el Dios de la salvación, Él los librará de la culpa; porque la salvación de la cual Él es Dios, es la salvación del pecado. Por lo tanto, debemos pedirle: Señor, tú eres el Dios de mi salvación, por tanto, líbrame del dominio del pecado. Y cuando se abren los labios, ¿qué deben decir sino alabanzas a Dios por Su misericordia perdonadora?