Vv. 1—6. David derrama su alma ante Dios, convencido de su pecado, y pide misericordia y gracia. ¿Adónde deben volver los hijos descarriados, sino al Señor Dios de ellos, que es el único que puede sanarlos? Por enseñanza divina, hace un relato de lo que trabaja su corazón en cuanto a Dios. Quienes se arrepienten verdaderamente de sus pecados, no serán avergonzados al reconocer su arrepentimiento. También instruye a los demás sobre qué hacer y qué decir. —David no sólo había hecho mucho; había sufrido mucho en la causa de Dios; sin embargo, huye a refugiarse en la misericordia infinita de Dios, y depende de ella para tener perdón y paz. Pide perdón por el pecado.
La sangre de Cristo rociada sobre la conciencia, borra la transgresión, y, habiéndonos reconciliado con Dios, nos reconcilia con nosotros mismos. El creyente anhela ver borrada toda la deuda de sus pecados, y limpia cada mancha; será lavado completamente de todos sus pecados; pero el hipócrita siempre tiene una reserva secreta, y preferiría que no se le tocara alguna concupiscencia favorita. — David tenía un sentido tan profundo de su pecado que estaba pensando continuamente en él, con pesar y vergüenza. Su pecado lo cometió contra Dios, cuya verdad negamos pecando voluntariamente; lo tratamos engañosamente. El penitente verdadero siempre atribuirá las corrientes de pecado actual a la fuente de la depravación original. Confiesa su corrupción original.
Esta es esa necedad que está ligada al corazón del joven, esa inclinación al mal, y el rechazo del bien, que es la carga del regenerado y la ruina del inconverso. —En su arrepentimiento, se le estimula a esperar que Dios le acepte por gracia. Tú amas la verdad en lo íntimo; Dios mira esto en el pecador que se vuelve a Él. Donde haya verdad Dios dará sabiduría. Quienes sinceramente se proponen cumplir con su deber, serán enseñados lo que corresponde a su deber; pero esperarán el bien sólo de la gracia divina que vence la naturaleza corrupta de ellos.