Vv. 7—13. No se puede hallar satisfacción sólida en la criatura; debe hallarse en el Señor y en la comunión con Él; nuestros desencantos debieran llevarnos a Él. Si el mundo no es sino vanidad, que Dios nos libre de tener o buscar nuestra porción en él. Cuando falla la confianza puesta en las criaturas, nuestro consuelo es tener un Dios al cual ir, un Dios en quien confiar. Podemos ver un Dios bueno que hace todo, y ordena todos los acontecimientos que tienen que ver con nosotros; y el hombre bueno, por esa razón, nada dice en contra. Desea el perdón de su pecado y evitar la vergüenza.
Debemos velar y orar contra el pecado. —Cuando estamos bajo la mano correctora del Señor, debemos mirar a Dios mismo para recibir alivio, no a nadie más. Nuestros caminos y nuestros hechos nos meten en dificultades, y somos azotados con una vara de nuestra propia confección. ¡Qué cosa pobre es la belleza! ¡y qué necios son quienes se enorgullecen de ella cuando será ciertamente consumida, y que lo sea rápido! El cuerpo del hombre es la vestidura del alma.
En esa vestidura el pecado ha puesto una polilla que desgasta, primero la belleza, luego la fuerza y, finalmente la sustancia de sus partes. Quien haya observado el progreso de una enfermedad prolongada, o solo la obra del tiempo en la estructura del hombre, sentirá de inmediato la fuerza de esta comparación, y que ciertamente todo hombre es vanidad. —Las aflicciones son enviadas para estimular la oración. Si tienen ese efecto, podemos esperar quie Dios oiga nuestra oración.
El creyente espera cansancio y malos tratos en su camino al cielo, pero no permanecerá en ello por mucho tiempo: andando por fe con Dios, prosigue su viaje, sin apartarse de su rumbo, sin ser derribado por las dificultades que encuentra. ¡Cuán bienaventurado es soltarse de las cosas de aquí abajo, para que mientras vamos a la casa de nuestro Padre, podamos usar el mundo sin mal usarlo! Que siempre busquemos la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios