Vv. 6—9. ¿Ha oído Dios nuestras súplicas? Entonces bendigamos su nombre. El Señor es mi fortaleza, me sostiene, y me conduce a través de todos mis servicios y sufrimientos. El corazón que verdaderamente cree, a su debido tiempo se regocijará en gran manera; tenemos que esperar gozo y paz al creer. Dios tendrá la acción de gracias por ello: así debemos expresar nuestra gratitud. —Los santos se regocijan en el consuelo de los demás, como en el propio: no aprovechamos menos la luz del sol y la luz del rostro de Dios porque los demás participan de ellas. —El salmista concluye con una oración breve, pero de gran alcance. El pueblo de Dios es su heredad, preciosa a sus ojos.
Pide que Dios los salve; que los bendiga con todo bien, especialmente con la abundancia de sus ordenanzas que son alimento para el alma. Y que dirija sus acciones y gobierne sus asuntos para siempre. También, que los levante para siempre; no sólo a los de esta edad, sino a su pueblo de toda edad venidera; que los levante tan alto como el cielo. Allí y sólo allí serán elevados los santos para siempre, para no volver a hundirse o deprimirse jamás. Sálvanos, Señor Jesús, de nuestros pecados; bendícenos, tú Hijo de Abraham, con la bendición de la justicia; aliméntanos, tú, buen Pastor de las ovejas, y elévanos por siempre del polvo. Oh, tú, que eres la resurrección y la vida.