Vv. 7—10. La Sagrada Escritura es de mucho mayor provecho para nosotros que el día y la
noche, que el aire que respiramos o la luz del sol. Se necesita la palabra de Dios para recobrar al
hombre de su estado caído. —La palabra que se traduce “ley” puede comprenderse como doctrina
entendiendo que significa todo eso que nos enseña la religión verdadera. El todo es perfecto; su
tendencia es convertir o volver al alma del pecado y del mundo a Dios y a la santidad. Muestra
nuestra pecaminosidad y miseria al dejar a Dios y la necesidad de nuestro retorno a Él. Este
testimonio es fiel porque se puede confiar completamente en Él: el ignorante e indocto, creyendo lo
que Dios dice, se vuelve sabio para salvación; es dirección segura en el camino del deber; es fuente
segura de consolación viva y fundamento seguro de esperanza eterna. Los mandamientos de Jehová
son rectos tal como deben ser; y como son rectos alegran el corazón. El precepto de Jehová es puro,
santo, justo y bueno. Por ellos descubrimos nuestra necesidad del Salvador y, entonces, aprendemos
a adornar su evangelio.
Ellos son los medios que usa el Espíritu Santo para alumbrar los ojos; ellos
nos llevan a tener una visión y sentido de nuestro pecado y miseria, y nos dirigen en el camino del
deber. El temor del Señor, esto es, la verdadera religión y santidad es limpia, limpiará nuestro
camino; y permanece para siempre. La ley ceremonial fue abrogada hace mucho tiempo, pero la ley
del temor de Dios es siempre la misma. Los juicios de Jehová, sus preceptos, son verdad; son justos
y, así, son coherentes; no hay injusticia en ninguno de ellos. —El oro es sólo para el cuerpo y las
preocupaciones temporales; pero la gracia es para el alma y las preocupaciones de la eternidad. La
palabra de Dios, recibida por fe, es más preciosa que el oro; es dulce para el alma, más dulce que la
miel. Los placeres sensuales pronto sacian, pero nunca satisfacen; pero los de la religión son
sustanciosos y satisfacen; no hay peligro de exceso