Vv. 8—15. Estando rodeado por los enemigos, David ora a Dios que lo mantenga a salvo. Esta
oración es una predicción de que Cristo será guardado a través de todas las penurias y dificultades de
su humillación, para ser llevado a las glorias y goces de su estado de exaltación, y es un patrón para
que los cristianos entreguen a Dios el cuidado de sus almas, confiando en que Él las preservará para
su reino celestial. —Los enemigos de nuestras almas son nuestros peores enemigos. Son espada de
Dios que no se puede mover sin Él, y que envaina cuando ya ha hecho su obra con ellos. Ellos son su
mano por la cual castiga a su pueblo. No hay huida de la mano de Dios, sino huida a ella. Muy
consolador es que cuando tememos el poder del hombre, veamos que depende del poder de Dios y
está sometido a Él. La mayoría de los hombres miran las cosas de este mundo como las mejores
cosas y no miran más allá, ni muestran interés por proveer para la otra vida.
Las cosas de este mundoson llamadas tesoros; así se las cuenta, pero para el alma, y comparadas con las bendiciones eternas,son basura. El cristiano más afligido no tiene que envidiar al hombre más próspero del mundo, que
tiene su porción en esta vida. —Vestidos con la rectitud de Cristo, teniendo buen corazón y buena
vida por su gracia, contemplemos por la fe el rostro de Dios, y pongámoslo siempre delante de
nosotros. Cuando despertemos cada mañana, satisfagámonos con su semejanza puesta delante de
nosotros en su palabra, y con su semejanza estampada en nosotros por su gracia renovadora. La
felicidad en el otro mundo está preparada sólo para los justificados y santificados: ellos tomarán
posesión de esto cuando, en la muerte, su alma despierte de su profundo sueño en el cuerpo, y
cuando, en la resurrección, el cuerpo despierte de su sueño en la tumba. No hay satisfacción para un
alma sino en Dios y en su buena voluntad hacia nosotros, y su buena obra en nosotros; pero esa
satisfacción no será perfecta hasta que vayamos al cielo.