Vv. 4—8. Los cuidados y la tristeza nos hacen bien, cuando nos llevan a orar fervorosamente a Dios. David siempre halló que Dios estaba dispuesto a responder sus oraciones. Nada puede poner una separación entre las comunicaciones de la gracia de Dios a nosotros, y la obra de su gracia en nosotros; entre su favor y nuestra fe.
Siempre había estado a salvo bajo la protección divina. Esto se aplica a las misericordias comunes de cada noche, por las cuales damos gracias cada mañana. Muchos se acuestan y no pueden dormir por dolor del cuerpo, por angustia mental o por la alarma continua del terror nocturno. Pero aquí más bien parece que se refiere a la calma del espíritu de David en medio del peligro. El Señor lo puso en paz por su gracia y por las consolaciones de su Espíritu.
Gran misericordia es que nuestra mente persevere en Dios cuando estamos con problemas. —Contemplad al Hijo de David que se calma para su reposo sobre la cruz, ese lecho de dolores, encomendando su Espíritu a las manos del Padre con plena confianza de la gozosa resurrección. Contempla esto, oh cristiano: deja que la fe te enseñe a dormir y a morir; mientras te asegura que así como dormir es una muerte corta, la muerte es sólo un dormir prolongado; el mismo Dios te cuida en tu lecho y en tu tumba. —La fe de David llegó a ser triunfante.
Él empezó el salmo con quejas de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero concluye regocijándose en el poder y la gracia de su Dios y, ahora, ve más con él que contra él. La salvación pertenece a Jehová; Él tiene poder para salvar aunque el peligro sea inmenso. Todos los que tienen al Señor como su Dios, están seguros de la salvación; porque el que es el Dios de ellos es el Dios de la salvación.