Dios responde las oraciones de una de estas tres maneras: “sí”, “no” o “sí, pero todavía no”. La última respuesta parece ser la que más tememos, aun más que al rotundo “no”. Pero la paciencia es un principio bíblico importante que las Sagradas Escrituras enfatizan una y otra vez en historias, salmos y epístolas.
Siempre es más sabio esperar que el Señor abra una puerta, a intentar abrirla nosotros mismos, aunque la demora haya sido larga. Después que Dios le había prometido un hijo (Gn 12.2), Abraham vivió 25 años con la respuesta de “todavía no”. Después de ese cuarto de siglo, la respuesta fue finalmente “sí”. Pero, mientras tanto, Abraham y Sara urdieron su propio plan para tener un heredero: Agar, la criada de Sara, procreó a Ismael. La pareja debió haberse convencido de que estaban “ayudando” a Dios a cumplir su profecía, pero, en realidad estaban desobedeciendo, y las consecuencias fueron desastrosas. El resentimiento y la animosidad afectaron a todos los miembros de la familia (Gn 16.4-6; Gn 21.9,10). Además, los descendientes de Ismael vivieron en enemistad permanente con sus parientes vecinos, y esa hostilidad se mantiene hasta hoy en el Oriente Medio (Gn. 9-14; 25.18).
Mientras somos pacientes, Dios prepara la oportunidad al otro lado de una puerta cerrada. Inclusive si pudiéramos conseguir a la fuerza lo que quisiéramos, manipulando las circunstancias, no estaríamos contentos con lo que lograríamos. Tenemos contentamiento y gozo solo cuando hacemos la voluntad de Dios en el momento preciso que Él ordena. Las bendiciones que encontramos al otro lado de una puerta cerrada, bien valen la espera.