Vv. 13—17. Los cristianos fieles merecen nuestra atención y respeto; debemos notar al justo.
Los que obtendrán conocimiento no deben avergonzarse al procurar instrucción de quien la pueda
dar. El camino al cielo pasa por muchas tribulaciones, pero la tribulación, por grande que sea, no nos
separará del amor de Dios. La tribulación hace que el cielo sea más bienvenido y más glorioso. No
es la sangre de los mártires, sino la sangre del Cordero la que puede lavar el pecado, esta es la única
sangre que emblanquece y limpia las ropas de los santos. —Ellos son felices en su empleo; el cielo
es un estado de servicio pero sin sufrimiento; es un estado de reposo aunque no de pereza; es un
reposo que alaba y deleita. Ellos han tenido penas y han derramado muchas lágrimas por el pecado y
la aflicción, pero el mismo Dios, con su mano de gracia, enjugará todas esas lágrimas. Los trata
como padre tierno. Esto debe sostener al cristiano bajo todas sus aflicciones. Como todos los
redimidos deben por completo su dicha a la misericordia soberana, así la obra y la adoración de Dios
su Salvador es su elemento; su presencia y favor completan la dicha de ellos, ni pueden concebir otro
gozo. Que a Él acuda todo su pueblo; que de Él reciban toda la gracia que necesitan; y que a Él
ofrezcan toda la alabanza y la gloria.