Vv. 14—22. Laodicea era la última y la peor de las siete iglesias de Asia. Aquí nuestro Señor
Jesús se presenta a sí como “el Amén”: uno constante e inmutable en todos sus propósitos y
promesas. —Si la religión vale algo, lo vale todo. Cristo espera que los hombres sean fervorosos.
¡Cuántos hay que profesan la doctrina del evangelio y no son fríos ni calientes! Salvo que sean
indiferentes en las cosas necesarias, y calientes y fieros en los debates de cosas de menor
importancia. Se promete un severo castigo. —Ellos darán una falsa impresión del cristianismo como
si fuera una religión impía, mientras otros concluirán que no permite una satisfacción real, de lo
contrario sus profesantes no pondrían tan poco corazón en ella, o no estarían tan dispuestos a buscar
placer o felicidad en el mundo. —Una causa de esta indiferencia e incoherencia en la religión es el
orgullo y el engaño de sí mismo: “Porque dices”. ¡Qué diferencia hay entre lo que ellos piensan de sí
mismos y lo que Cristo piensa de ellos! ¡Cuánto cuidado debemos tener para no engañar a nuestra
propia alma! En el infierno hay muchos que pensaron que iban bien adelantados en el camino al
cielo. Roguemos a Dios que no seamos entregados a halagarnos y engañarnos. Los profesantes se
enorgullecieron a medida que se ponían carnales y formales. El estado de ellos era miserable de por
sí. Eran pobres; realmente pobres cuando decían y pensaban que eran ricos. No podían ver su estado,
su camino ni su peligro, pero pensaban que los veían. No tenían el manto de la justificación ni de la
santificación: estaban desnudos al pecado y a la vergüenza; la justicia de ellos no era sino trapo de
inmundicias; trapos que no los cubrirían; trapos de inmundicia que los contaminaban. Estaban
desnudos, sin casa ni techo, porque estaban sin Dios, el Único en quien puede el alma hallar reposo y
seguridad. —Cristo aconsejó bien a esta gente pecadora. Dichosos son los que aceptan su consejo,
porque todos los que no los aceptan deben perecer en sus pecados. Cristo les deja saber dónde
pueden tener verdaderas riquezas y cómo pueden tenerlas. Deben dejar algunas cosas, pero nada de
valor; y esto es sólo para dar lugar a recibir riquezas verdaderas. Abandónese el pecado y la
confianza en sí mismo, para que pueda ser llenado con su tesoro oculto. Tienen que recibir de Cristo
ese ropaje blanco que Él compró y proveyó para ellos: Su propia justicia imputada para justificación,
y las vestiduras de la santidad y la santificación. Que ellos se entreguen a su palabra y a su Espíritu,
y sus ojos serán abiertos para que vean su camino y su final. Examinémonos por la regla de su
palabra y oremos con fervor por la enseñanza de su Espíritu Santo para que quite nuestra soberbia,
los prejuicios y las concupiscencias carnales. Los pecadores debieran tomar las reprensiones de la
palabra y de la vara de Dios como señales de su amor por sus almas. Cristo quedó afuera; llama por
los tratos de su providencia, las advertencias y las enseñanzas de su palabra y la obra de su Espíritu.
Cristo, con su palabra y Espíritu, y por gracia, aún sigue viniendo a la puerta del corazón de los
pecadores. Los que le abran disfrutarán de su presencia. Si los que encuentre sirven sólo para una
pobre fiesta, lo que Él trae la hará rica. Él dará una nueva provisión de gracia y consuelos. —En la
conclusión se halla la promesa para el creyente vencedor. El mismo Cristo tuvo tentaciones y
conflictos; los venció a todos y fue más que vencedor. Los que son como Cristo en sus pruebas,
serán hechos como Él en gloria. —Todo termina con el pedido de atención general. Estos consejos,
aunque aptos para las iglesias a los cuales se dirigieron, son profundamente interesantes para todos
los hombres.