Vv. 8—11. Nuestro Señor Jesús es el Primero, porque por Él fueron hechas todas las cosas; Él
estaba con Dios antes de todas las cosas, y es Dios mismo. Él es el Último, porque será el Juez de
todos. —Como Primero y Último, que estuvo muerto y vivió, es el Hermano y Amigo del creyente,
debe ser rico en la pobreza más profunda, honorable en medio de la más profunda humillación, y
feliz sometido a la más pesada tribulación, como la iglesia de Esmirna. Muchos de los ricos de este
mundo, son pobres en cuanto al venidero; y algunos que son pobres por fuera, son ricos por dentro;
ricos en fe, en buenas obras, ricos en privilegios, ricos en dones, ricos en esperanza. Donde hay
abundancia espiritual, la pobreza externa puede soportarse bien; cuando el pueblo de Dios es
empobrecido en cuanto a esta vida, por amor de Cristo y la buena conciencia, Él los compensa en
todo con riquezas espirituales. Cristo arma contra las tribulaciones inminentes. No temáis nada de
estas cosas; no sólo prohibáis el temor servil, sino sometedlo proporcionando al alma fortaleza y
valor. Será para probarlos, no para destruirlos. —Nótese la certeza de la recompensa: “Te daré”;
ellos tendrán la recompensa de la mano misma de Cristo. Además, cuán adecuada es: “la corona de
la vida”; la vida gastada a su servicio o entregada a su causa, será recompensada con una vida mucho
mejor, la que será eterna. La muerte segunda es indeciblemente peor que la primera, tanto en sus
agonías como por ser eterna: indudablemente es espantoso morir y estar muriendo siempre. Si un
hombre es librado de la segunda muerte y de la ira venidera, puede soportar con paciencia lo que
encuentre en este mundo.