Vv. 1—7. Estas iglesias estaban en tan diferentes estados de pureza de doctrina y poder de la piedad
que las palabras de Cristo para ellas siempre vendrán bien al caso de otras iglesias y creyentes.
Cristo conoce y observa el estado de ellas; aunque está en el cielo, de todos modos anda en medio de
sus iglesias en la tierra, observando lo que está mal en ellas y qué les falta. —La iglesia de Éfeso es
elogiada por la diligencia en el deber. Cristo lleva la cuenta de cada hora de trabajo que sus siervos
hacen para Él, y su trabajo en el Señor no será en vano. Pero no es suficiente que seamos diligentes;
debe haber paciencia para soportar, y debe haber paciencia para esperar. Aunque debemos mostrar
toda mansedumbre a todos los hombres, sin embargo, debemos mostrar justo celo contra sus
pecados. El pecado de que Cristo acusa a esta iglesia no es que hubiera dejado y abandonado al
objeto de amor, sino que ha perdido el grado de fervor que al principio tuvo. Cristo está descontento
con su pueblo cuando los ve ponerse remisos y fríos para con Él. Es seguro que esta mención en la
Escritura, de los cristianos que abandonan su primer amor, es un reproche para los que hablan de
esto con negligencia, y así, tratan de excusar la indiferencia y pereza en ellos mismos y en otros;
nuestro Salvador considera pecaminosa esa indiferencia. Deben arrepentirse; deben dolerse y
avergonzarse por su pecaminosa declinación y confesarla humildemente ante los ojos de Dios.
Deben proponerse recuperar su primer celo, ternura y fervor y deben orar tan fervorosamente, y
velar tan diligentemente, como cuando entraron al principio en los caminos de Dios. Si la presencia
de la gracia y del Espíritu de Cristo es descuidada, podemos esperar la presencia de su desagrado. Se
hace una mención alentadora de lo que era bueno en ellos. La indiferencia hacia la verdad y el error,
hacia lo bueno y lo malo, puede llamarse caridad y mansedumbre, pero no es así, y desagrada a
Cristo. La vida cristiana es una guerra contra el pecado, contra Satanás, el mundo y la carne. Nunca
debemos ceder ante nuestros enemigos espirituales, y entonces, tendremos un glorioso triunfo y
recompensa. Todos los que perseveren, recibirán de Cristo, como el Árbol de la vida, la perfección y
la confirmación de la santidad y la felicidad, no en el paraíso terrenal, sino en el celestial. —Esto es
una expresión figurada, tomada del relato del huerto de Edén, que significa los goces puros,
satisfactorios y eternos del cielo; y la espera de ellos en este mundo, por fe, en comunión con Cristo
y con las consolaciones del Espíritu Santo. Creyentes, tomad de aquí vuestra vida de lucha, y
esperad y aguardad una vida tranquila en el más allá; pero no hasta entonces: la palabra de Dios
nunca promete que aquí tendremos tranquilidad y libertad completa de los conflictos.