Vv. 5—7. Los privilegios externos, la profesión y la conversión aparente no pueden guardar de la
venganza de Dios contra los que se desvían volviéndose a la incredulidad y a la desobediencia. La
destrucción de los israelitas incrédulos en el desierto demuestra que nadie debe presumir de sus
privilegios. Ellos tuvieron milagros como su pan diario, pero aún así, perecieron en la incredulidad.
Un gran número de ángeles no se agradó con los puestos que Dios les asignó; el orgullo fue la causa
principal y directa de su caída. Los ángeles caídos están reservados para el juicio del gran día; ¿y los
hombres caídos quieren escapar de este? Con toda seguridad que no. Considérese esto en el
momento debido. La destrucción de Sodoma es una advertencia a toda voz para todos, para que le
prestemos atención, y huyamos de las concupiscencias carnales que batallan contra el alma, 1 Pedro
ii, 11. Dios es el mismo Ser puro, justo y santo ahora que entonces. Por lo tanto, temblad y no
pequéis, Salmo iv, 4. No descansemos en nada que no someta al alma a la obediencia de Cristo,
porque nada sino la renovación de nuestra alma conforme a la imagen divina, que obra el Espíritu
Santo, puede impedir que seamos destruidos entre los enemigos de Dios. Considérese el caso de los
ángeles y nótese que ninguna dignidad ni valor de criatura sirve. ¡Entonces, cómo debe temblar el
hombre que bebe la iniquidad como si fuese agua! Job xv, 16.