Vv. 7—13. El Espíritu de Dios es el Espíritu de amor. El que no ama la imagen de Dios en Su
pueblo, no tiene conocimiento salvador de Dios. Pues ser bueno y dar felicidad es la naturaleza de
Dios. La ley de Dios es amor; y todos serán perfectamente felices si todos la hubiesen obedecido. La
provisión del evangelio, para el perdón de pecado, y la salvación de los pecadores, consistente con la
gloria y la justicia de Dios, demuestra que Dios es amor. El misterio y las tinieblas aún penden sobre
muchas cosas. Dios se ha demostrado siendo amor para que no podamos dejar de alcanzar la
felicidad eterna, a menos que sea por la incredulidad y la impenitencia, aunque la justicia estricta nos
condenara a la miseria desesperanzada por romper las leyes de nuestro Creador. —Ninguna palabra
ni pensamiento de nosotros puede hacer justicia al amor gratuito y asombroso del santo Dios para
con los pecadores, que no podrían beneficiarse de Él ni dañarle, a los que Él podría aplastar
justicieramente en un momento, y a los que, siendo merecedores de Su venganza, Él muestra el
método por el cual fueron salvados aunque Él podía haber creado, por Su Palabra todopoderosa,
otros mundos con seres más perfectos si lo hubiera considerado bien. ¿Investigamos todo el universo
buscando al amor en sus despliegues más gloriosos? Se halla en la persona y la cruz de Cristo.
¿Existe el amor entre Dios y los pecadores? Aquí estaba el origen, no que nosotros amáramos a Dios
sino que Él nos amó libremente. Su amor no podía estar concebido para ser infructuoso en nosotros,
y cuando su fin y tema apropiados se ganen y produzcan, puede decirse que está perfeccionado. Así
es perfeccionada la fe por sus obras. Así se manifestará que Dios habita en nosotros por Su Espíritu
que crea de nuevo. —El cristiano que ama es el cristiano perfecto; póngalo en cualquier deber bueno
y es perfecto para eso, es experto en eso. El amor aceita las ruedas de sus afectos y lo pone en eso
que es útil para sus hermanos. El hombre que se ocupa de algo con mala voluntad, siempre lo hace
mal. Que Dios habite en nosotros y nosotros en Él, eran palabras demasiado elevadas para que las
usaran los mortales si Dios no las hubiera puesto delante de nosotros. Pero, ¿cómo puede saberse si
el testimonio de esto procede del Espíritu Santo? Aquellos que están verdaderamente persuadidos de
ser los hijos de Dios no pueden sino llamarlo Abba, Padre. Por amor a Él, odian el pecado y todo lo
que no concuerde con Su voluntad, y tienen el deseo sano de todo corazón de hacer Su voluntad. Tal
testimonio es el testimonio del Espíritu Santo.
Vv. 14—21. El Padre envió al Hijo, Él deseó Su venida a este mundo. El apóstol atestigua esto.
Y cualquiera que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, en ése habita Dios y ése en Dios. Esta
confesión abarca la fe en el corazón como fundamento; reconoce con la boca la gloria de Dios y
Cristo, y confiesa en la vida y conducta contra los halagos y ceños fruncidos del mundo. —Debe
haber un día de juicio universal. ¡Dichosos aquellos que tendrán osadía santa ante el Juez en aquel
día sabiendo que Él es su Amigo y Abogado! Dichosos aquellos que tendrán osadía santa en la
perspectiva de aquel día, que miran y esperan por eso y por la manifestación del Juez. El verdadero
amor a Dios asegura a los creyentes del amor de Dios por ellos. El amor nos enseña a sufrir por Él y
con Él; por tanto, podemos confiar que también seremos glorificados con Él, 2 Timoteo ii, 12. —
Debemos distinguir entre el temor de Dios y tenerle miedo; el temor de Dios comprende alta
consideración y veneración por Dios. La obediencia y las buenas obras hechas a partir del principio
del amor, no son como el esfuerzo servil de uno que trabaja sin voluntad por miedo a la ira del amo.
Son como las de un hijo obediente que sirve a un padre amado que beneficia a sus hermanos y las
hace voluntariamente. Señal de que nuestro amor dista mucho de ser perfecto si son muchas nuestras
dudas, temores y aprensiones de Dios. Que el cielo y la tierra se asombren por Su amor. Él envió Su
palabra a invitar a los pecadores a participar de esta gran salvación. Que ellos tengan el consuelo del
cambio feliz obrado en ellos mientras le dan a Él la gloria. —El amor de Dios en Cristo, en los
corazones de los cristianos por el Espíritu de adopción, es la prueba grande de la conversión. Esta
debe ser probada por sus efectos en sus temperamentos, y en sus conductas para con sus hermanos.
Si un hombre dice amar a Dios y, sin embargo, se permite ira o venganza, o muestra una disposición
egoísta, desmiente a su confesión. Pero si es evidente que nuestra enemistad natural está cambiada
en afecto y gratitud, bendigamos el nombre de nuestro Dios por este sello y primicia de dicha eterna.
Entonces nos diferenciamos de los profesos falsos que pretenden amar a Dios a quien no han visto
pero odian a sus hermanos a los que han visto.