Vv. 15—17. Las cosas del mundo pueden desearse y poseerse para los usos y propósitos que
Dios concibió, y hay que usarlas por su gracia y para su gloria; pero los creyentes no deben buscarlas
ni valorarlas para propósitos en que el pecado abusa de ellas. El mundo aparta de Dios el corazón y
mientras más prevalezca el amor al mundo, más decae el amor a Dios. Las cosas del mundo se
clasifican conforme a las tres inclinaciones reinantes de la naturaleza depravada: —1. La
concupiscencia de la carne, del cuerpo: los malos deseos del corazón, el apetito de darse el gusto con
todas las cosas que excitan e inflaman los placeres sensuales. —2. La concupiscencia de los ojos: los
ojos se deleitan con las riquezas y las posesiones ricas; esta es la concupiscencia de la codicia. —3.
La soberbia de la vida: el hombre vano ansía la grandeza y la pompa de una vida de vanagloria, lo
cual comprende una sed de honores y aplausos. Las cosas del mundo se desvanecen rápidamente y
mueren; el mismo deseo desfallecerá y cesará dentro de poco tiempo, pero el santo afecto no es
como la lujuria pasajera. El amor de Dios nunca desfallecerá. —Muchos vanos esfuerzos se han
hecho para eludir la fuerza de este pasaje con limitaciones, distinciones o excepciones. Muchos han
tratado de mostrar cuán lejos podemos ir estando orientados carnalmente y amando al mundo; pero
no resulta fácil equivocarse respecto al significado evidente de estos versículos. A menos que esta
victoria sobre el mundo empiece en el corazón, el hombre no tiene raíces en sí mismo y caerá o, en
el mejor de los casos, será un profesante estéril. De todos modos, estas vanidades son tan seductoras
para la corrupción de nuestros corazones, que, sin velar y orar sin cesar, no podemos escapar del
mundo ni lograr la victoria sobre su dios y príncipe.
Vv. 18—23. Todo hombre que niega la Persona o alguno de los oficios de Cristo es anticristo; y
al negar al Hijo, niega también al Padre, y no tiene parte en su favor porque rechaza su gran
salvación. Que esta profecía la aparición de seductores en el mundo cristiano nos resguarde de ser
seducidos. La Iglesia no sabe bien quiénes son sus miembros verdaderos, ni quienes no lo son, pero
así se prueba a los verdaderos cristianos que se hacen más vigilantes y humildes. Los verdaderos
cristianos son los ungidos, como su nombre lo expresa: son los ungidos por el Espíritu Santo con
gracia, con dones y privilegios espirituales. Las mentiras más grandes y perjudiciales que difunde el
padre de mentira en el mundo suelen ser falsedades y errores relativos a la persona de Cristo. Sólo la
unción del Santo puede guardarnos de los engaños. Mientras juzgamos favorablemente a todos los
que confían en Cristo como el Salvador Divino, y obedecen su palabra y procuran vivir unidos con
ellos, tengamos lástima y oremos por los que niegan la deidad de Cristo o su expiación y la obra de
nueva creación que hace el Espíritu Santo. Protestemos contra la doctrina anticristiana y
guardémonos de ellos lo más que podamos.