Vv. 11—16. Nótese la finalidad propuesta: reposo espiritual y eterno; el reposo de gracia aquí, y
el de gloria en el más allá; en Cristo en la tierra; con Cristo en el cielo. Después de la labor debida y
diligente vendrá el reposo dulce y satisfactorio; el trabajo de ahora hará más placentero el reposo
cuando llegue. Trabajemos y estimulémonos los unos a los otros a ser diligentes en el deber. —Las
Sagradas Escrituras son la palabra de Dios. Cuando Dios la instala por su Espíritu, convence
poderosamente, convierte poderosamente y consuela poderosamente. Hace que sea humilde el alma
que ha sido orgullosa por mucho tiempo; el espíritu perverso sea manso y obediente. Los hábitos
pecaminosos que se han vuelto naturales para el alma, estando profundamente arraigados en ella, son
separados y cortados por la espada. Dejará al descubierto a los hombres sus pensamientos y
propósitos, las vilezas de muchos, los malos principios que los mueven, las finalidades pecaminosas
para las cuales actúan. La palabra mostrará al pecador todo lo que hay en su corazón. —
Aferrémonos firmes las doctrinas de la fe cristiana en nuestras cabezas, sus principios vivificantes en
nuestros corazones, su confesión franca en nuestros labios, y sometámonos a ellos en nuestras vidas.
Cristo ejecutó una parte de su sacerdocio en la tierra al morir por nosotros; ejecuta la otra parte en el
cielo, alegando la causa y presentando las ofrendas de su pueblo. A criterio de la sabiduría infinita
fue necesario que el Salvador de los hombres fuera uno que tuviera el sentimiento de compañero que
ningún ser, salvo un congénere, pudiera tener, y por tanto era necesario que experimentara realmente
todos los efectos del pecado que pudieran separarse de su verdadera culpa real. Dios envió a su Hijo
en la semejanza de la carne de pecado, Romanos viii, 3; pero mientras más santo y puro era Él,
menos dispuesto debe de haber estado a pecar en su naturaleza y más profunda debe de haber sido la
impresión de su mal; en consecuencia, más preocupado debe de haber estado Él por librar a su
pueblo de la culpa y poder del pecado. —Debemos animarnos por la excelencia de nuestro Sumo
Sacerdote para ir directamente al trono de la gracia. La misericordia y la gracia son las cosas que
queremos; misericordia que perdone todos nuestros pecados, y gracia que purifique nuestras almas.
Además de nuestra dependencia diaria de Dios para las provisiones presentes, hay temporadas para
las cuales debemos proveer en nuestras oraciones; tiempos de tentación sea por la adversidad o la
prosperidad, y especialmente en nuestro momento de morir. Tenemos que ir al trono de justicia con
reverencia y santo temor, pero no como arrastrados, sino invitados al trono de misericordia donde
reina la gracia. Tenemos denuedo sólo por la sangre de Jesús para entrar al Lugar Santísimo; Él es
nuestro Abogado y ha adquirido todo lo que nuestras almas puedan desear o querer.