Vv. 1—3. Dios habló a su pueblo antiguo en diversos tiempos, en generaciones sucesivas y de
maneras diversas, como le pareció apropiado; a veces, por instrucciones personales, a veces por
sueños, a veces por visiones, a veces por influencia divina en la mente de los profetas. La revelación
del evangelio supera a la anterior en excelencia por ser una revelación que Dios ha hecho por medio
de su Hijo. Al contemplar el poder, la sabiduría y la bondad del Señor Jesucristo, contemplamos el
poder, la sabiduría y la bondad del Padre, Juan xiv, 7; la plenitud de la Deidad habita no sólo como
en un tipo o en una figura, sino realmente en Él. Cuando, en la caída del hombre, el mundo fue
despedazado bajo la ira y la maldición de Dios, el Hijo de Dios emprendió la obra de la redención,
sustentándolas por su poder y bondad todopoderosa. —De la gloria de la persona y el oficio de
Cristo, pasamos a la gloria de su gracia. La gloria y naturaleza de su Persona, dio a sus sufrimientos
tal mérito que eran satisfacción plena para la honra de Dios, que sufrió un daño y afrenta infinitas
por los pecados de los hombres. Nunca podremos estar suficientemente agradecidos que Dios nos
haya hablado de la salvación en tantas formas y con claridad creciente, a nosotros, pecadores caídos.
Que Él mismo nos haya limpiado de nuestros pecados es un prodigio de amor superior a nuestra
capacidad de admiración, gratitud y alabanza.