Vv. 8—14. Patrocinar a alguien no rebaja a nadie, y ni siquiera suplicar cuando, en estricto
derecho, podríamos mandar; el apóstol argumenta a partir del amor más que de la autoridad, a favor
de un convertido por su intermedio, el cual era Onésimo. Aludiendo a ese nombre que significa,
“provechoso”, el apóstol admite que, antes, éste no había sido provechoso para Filemón,
apresurándose a mencionar el cambio por el cual se había vuelto provechoso. Las personas impías no
son provechosas; no responden a la gran finalidad de su ser, pero, ¡qué cambio dichoso efectúa la
conversión! De lo malo a lo bueno; de inútil, a útil. Los siervos religiosos son el tesoro de una
familia. Estos tendrán conciencia de su tiempo y su tarea, y administrarán todo lo que puedan para
mejor. —Ninguna perspectiva de servicio debe conducir a que alguien descuide sus obligaciones o
deje de obedecer a sus superiores. Una gran prueba de arrepentimiento verdadero es volver a cumplir
los deberes abandonados. Onésimo se había fugado cuando era inconverso, para menoscabo de su
amo, pero ahora había visto su pecado y se había arrepentido, y estaba dispuesto y deseoso de
regresar a su deber. Poco saben los hombres con qué propósito el Señor permite que algunos
cambien su situación o emprendan cosas, quizá con malos motivos. Si el Señor no hubiera impedido
algunos de nuestros proyectos impíos, fuéramos el reflejo de casos en que nuestra destrucción era
segura.
Vv. 15—22. Cuando hablamos de la naturaleza de un pecado u ofensa contra Dios, no debemos
minimizar su mal, pero en el pecador arrepentido debemos hacerlo así, porque Dios lo cubre. Los
caracteres cambiados suelen llegar a ser bendición para todos aquellos con quienes residen. —El
cristianismo no elimina nuestros deberes para con los demás; nos enseña a hacerlo bien. Los
verdaderos arrepentidos estarán abiertos para admitir sus faltas, como evidentemente lo hizo
Onésimo con Pablo, al ser despertado y llevado al arrepentimiento; especialmente en caso de haber
dañado al prójimo. La comunión de los santos no destruye las distinciones de la propiedad. —Este
pasaje es un ejemplo de lo que se imputa a uno, pero es contraído por otro; y de uno que está
dispuesto a responder por otro, por compromiso voluntario para que sea liberado del castigo debido a
sus delitos, conforme a la doctrina de Cristo, que por su propia voluntad, soportó el castigo de
nuestros pecados para que nosotros pudiéramos recibir la recompensa de su justicia. —Filemón era
hijo de Pablo por la fe, pero lo trata como hermano. Onésimo era un pobre esclavo, pero Pablo ruega
por él, como si pidiera algo grande para sí mismo. Los cristianos deben hacer lo que puedan para
regocijo de los corazones de unos y otros. Del mundo esperan problemas; deberán hallar consuelo y
gozo los unos en los otros. Cuando nos quiten algo de lo recibido por misericordias, nuestra
confianza y esperanza deben estar en Dios. Debemos usar diligentemente los medios, y si nadie está
a la mano, abundar en oración. Pero, aunque la oración prevalece, no merece las cosas obtenidas. Si
los cristianos no se conocen en la tierra, aún la gracia del Señor Jesús estará con sus espíritus y
pronto se reunirán ante el trono para unirse para siempre a admirar las riquezas del amor redentor. El
ejemplo de Onésimo puede dar ánimo a los pecadores más viles para regresar a Dios, pero está
vergonzosamente pervertido el que por ello se siente estimulado a persistir en los malos rumbos. ¿No
son muchos quitados en sus pecados mientras otros se endurecen en ellos? No hay que resistir las
convicciones actuales, no vaya a ser que nunca más vuelvan.
Vv. 23—25. Nunca encuentran más gozo de Dios los creyentes que cuando sufren juntos por Él.
La gracia es el mejor deseo para nosotros mismos y para el prójimo; con ella empieza y termina el
apóstol. Toda gracia es de Cristo; Él la adquirió y Él la concede. ¿Qué más necesitamos para
hacernos felices, que tener la gracia de nuestro Señor Jesucristo con nuestro espíritu? Hagamos
ahora lo que debemos hacer en el último suspiro. Entonces, los hombres están dispuestos a renunciar
al mundo y a preferir la porción mínima de gracia y fe antes que un reino.