Vv. 11—15. La doctrina de la gracia y la salvación por el evangelio es para todos los rangos y
estados del hombre. Nos enseña a dejar el pecado; a no tener más relación con éste. La conversación
terrenal y sensual no conviene a la vocación celestial. Enseña a tomar conciencia de lo que es bueno.
Debemos mirar a Dios en Cristo como objeto de nuestra esperanza y adoración. La conversación del
evangelio debe ser una conversación buena. Nótese aquí nuestro deber en pocas palabras: negar la
impiedad y las lujurias mundanas, vivir sobria, recta y piadosamente, a pesar de todas las trampas,
tentaciones, ejemplos malos, usos malos y vestigios del pecado en el corazón del creyente, con todos
sus obstáculos. Nos enseña a buscar las glorias del otro mundo. En la manifestación gloriosa de
Cristo, se completará la bendita esperanza de los cristianos. —Llevarnos a la santidad y a la felicidad
era la finalidad de la muerte de Cristo. Jesucristo, el gran Dios y Salvador nuestro, que salva no sólo
como Dios, y mucho menos como Hombre solo, sino como Dios-Hombre, dos naturalezas en una
sola persona. Él nos amó, y se dio por nosotros; ¡y qué menos podemos hacer sino amarle y darnos a
Él! La redención del pecado y la santificación de la naturaleza van aunadas y forman un pueblo
peculiar para Dios, libre de culpa y condenación, y purificado por el Espíritu Santo. —Toda la
Escritura es provechosa. Aquí está lo que proveerá para todas las partes del deber y el correcto
desempeño de ellos. Indaguemos si toda nuestra dependencia está puesta en esa gracia que salva al
perdido, perdona al culpable, y santifica al inmundo. Mientras más alejados estemos de jactarnos de
buenas obras imaginarias, o de confiar en ellas, para gloriarnos en Cristo solo, más celosos seremos
para abundar en toda verdadera obra buena.